Una de las realidades más concluyentes del escenario internacional actual es la relativa a las inversiones militares, fenómeno que tiene lugar a escala global.
No se trata de una tendencia sino de una realidad; y, más que una realidad, significa una regularidad, es decir, una situación habitual en el orden internacional, que puede aumentar o disminuir pero jamás desaparecer.
Existe una pluralidad de causas que explican dicha regularidad, desde la misma ausencia de autoridad global interestatal hasta las protohistóricas razones de interés, temor y honor, pasando por las tensiones presentes y latentes entre Estados, particularmente aquellas que tienen lugar en lo que el geopolítico estadounidense B. Cohen denominaba «cinturones de fragmentación», es decir, aquellas «placas geopolíticas» regionales pasibles de crear situaciones «out of control».
En breve, más allá de lecciones de la historia y pautas o regímenes de cooperación sin duda indiscutibles e indispensables que han hecho posible que crisis regionales no hayan causado deterioros globales mayores (al menos hasta ahora), la afirmación de Thomas Hobbes, respecto a que los Estados están, «a causa de su independencia, en una situación de perenne desconfianza mutua, en un estado y disposición de gladiadores, apuntándose con sus armas, mirándose fijamente, es decir, con sus fortalezas, guarniciones y cañones instalados en las fronteras», mantiene plena vigencia.
En este marco, y considerando lo primeramente anunciado, el año 2020 se presenta como un «año estratégico», pues para entonces los Estados («que cuentan» o preeminentes) habrán alcanzado metas relativas al fortalecimiento de sus instrumentos militares, es decir, la principal característica de la autoayuda en el orden interestatal.
En efecto, para entonces Estados Unidos habrá completado programas militares (principalmente aéreos y marítimos) que le permitirán amparar y promover su interés nacional en su «nuevo espacio selectivo»: el Pacífico-Índico, según los claros términos geopolíticos de la «Doctrina Obama» (para aquel año se estima que el 60 por ciento de la Armada estadounidense se encontrará desplegada en dicho espacio).
Para el año 2020, dichos programas mejorarán significativamente las capacidades militares de Estados Unidos relativas a la proyección a distancia y a lo que se denomina «violencia de precisión».
Por su parte, Rusia habrá cumplido el ciclo de modernización militar en casi todas sus fuerzas, particularmente en aquellas en las que predominan activos de los años ochenta. Actualmente, el país se encuentra embarcado en un programa de modernización de sus capacidades aéreas, con resultados que se verán incluso antes del «año estratégico».
Asimismo, para el 2020 se habrán cumplido las etapas de modernización naval, situación que posibilitará que Rusia pueda proyectar fuerzas a «espacios perdidos», por caso, el Mediterráneo Oriental.
China también alcanzará entonces metas militares, particularmente en relación al amparo y promoción de intereses en su espacio de compromiso mayor: el Mar de la China. Los esfuerzos de Pekín, es este sentido, están orientados a dar cobertura a lo que los expertos chinos denominan «defensa activa de la costa» y «zona de identificación para la defensa aérea», es decir, espacios de interés chino en los que existen situaciones de confrontación con otros actores.
La necesidad de modernización militar de China es un imperativo, pues se encuentra retrasada en la carrera: sus activos, por caso, misiles balísticos, datan de los años setenta e incluso de antes. En gran medida, ello explica que el país ocupe, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, el segundo lugar en materia de gastos militares.
Otros actores «menores» de la región Asia-Pacífico-Índico también merecen destacarse.
Por caso, Japón, que para el 2020 habrá alcanzado un estado de amparo militar nacional que le permitirá afrontar los retos que desde mediados de los años noventa lo obligaron a modificar la orientación geopolítica de sus hipótesis de enfrentamiento, para priorizar las que provienen de Corea del Norte y China. Precisamente, las permanentes fricciones con este último país han impulsado un programa de reorganización militar para el período 2014-2020.
Como dato relevante, el primer ministro sostuvo que en 2020 Japón revisaría su Constitución, que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial restringe sus actividades militares.
Por su parte, Australia se encuentra en pleno desarrollo de su plan 2010-2020, que le permitirá disponer incluso de «misiles inteligentes» de origen estadounidense.
También para el año 2020, Corea del Sur e India habrán completado planes relativos a la creación de un sistema preventivo de defensa antimisiles, el primero, y la modernización de su ejército, el segundo (descontando que la potencia nuclear ya realizó importantes adquisiciones en su segmento aéreo).
En la «placa geopolítica» de Medio Oriente las inversiones en el rubro militar son constantes, de manera que casi carece de importancia hablar de metas para el 2020. Basta tener presente que junto con China e India los países de Medio Oriente y los del área del Golfo Pérsico son los que más gastan en el segmento militar.
Europa puede ser una excepción pues la crisis y la condición subestratégica que ostenta explican la «contracción militar». No obstante, hay actores que mantienen planes de renovación militar a ser alcanzados en 2020, por caso, Reino Unido («Army 2020»).
En cuanto a otros escenarios, en América Latina hay varios países con planes a ser completados aquel año; por ejemplo, México, que mantiene un Programa Estratégico de Industria Aeroespacial 2012-2020 (si bien es un programa de ventas). Por su parte, Brasil aguarda disponer de la mayor fuerza naval regional para el 2020 (cabe destacar que ha adquirido un importante lote de aviones caza, cuya primera entrega será en 2018).
En breve, es una regularidad que los Estados consagren recursos al segmento estratégico-militar. Pero esa regularidad se puede volver un hecho alarmante cuando el orden interestatal carece de pautas firmes de convivencia que lo hagan previsible, al tiempo que existen tensiones concretas y latentes que resienten la concordia entre los poderes mayores. Estas dos características están presentes en el mundo de hoy.
No ha sido casual que importantes expertos hayan reclamado que en 2019, cuando se cumplan cien años del Tratado de Versalles, se celebre una gran conferencia internacional en la que se establezcan para las próximas décadas normas de convivencia y cumplimiento efectivo entre los Estados. Aunque esto último siempre será un hecho relativo, es imperativo intentarlo.
La alternativa es que se afirme y acabe predominando el patrón interestatal militarista con las consecuencias por demás conocidas.
Por Alberto Hutschenreuter
Académico – Analista Internacional – Autor del libro «Política Exterior de Rusia – Humillación Reparación». Docente en la Escuela Superior de Guerra.