A finales del 2014 el medio alemán Der Spiegel publicó un artículo que sinceraba una crítica situación, “el año que Europa perdió a Rusia”. Explicando en detalle cómo fueron los pasos que significaron el error de cálculos de la diplomacia europea en no medir la reacción de Moscú tras la destitución del presidente Victor Yanukovich, que devino luego la adhesión de Crimea y los focos separatistas en el Este. Allí estaban los eventos que marcaron el alejamiento con Rusia.
Para el 2015, podemos asociar muchas señales políticas que evidenciaron que ese año fue cuando “Europa perdió a Turquía”. El bloque comunitario falló en contener estratégicamente a Turquía. Las críticas hacia el gobierno de Erdogan y las acusaciones por la responsabilidad en la crisis humanitaria de los refugiados llevaron a un distanciamiento que agotó la paciencia de Ankara en torno al eterno camino del ingreso de Turquía a la UE.
Siguiendo este ejercicio, el 2016 podemos definirlo como el año en que “Europa comenzó a perder a Reino Unido”, momento en que Gran Bretaña decide salir de la Unión Europea. Si bien no está formalmente sellado el proceso desde el plano legal, es largo camino que representa un evento político del que aún hay que analizar las consecuencias. El auge de los nacionalismos, los sentimientos euroescépticos influyeron en el resultado del referéndum del Brexit.
Entonces, ¿a quién va a perder Europa en el 2017? De cara al próximo año, la Unión Europea transitará por un proceso de prueba, los principales Estados que ejecutan la agenda europea, Francia y Alemania, tendrán elecciones nacionales, donde sus respetivos partidos de derechas están ganando espacio. ¿Perderá Europa el fuerte liderazgo de Hollande y Merkel, quienes apuestan a fortalecer la integración del bloque comunitario? ¿El “efecto Trump” llegará a las elecciones europeas?
El Factor Trump
Cuando tratamos de analizar la estrategia europea y sus posibles acciones de cara a lo que se viene, no podemos hacerlo sin tener presente a Estados Unidos, un socio necesario para Bruselas. Por ello, para ensayar los eventuales escenarios del 2017 debemos mirarlos desde una variable: Donald Trump en la Casa Blanca, quien prometió cambiar rotundamente la política exterior estadounidense.
Sin dudas Trump ha generado un escenario de incertidumbre para el diseño de la estrategia europea, puesto que durante su campaña electoral mandó un mensaje directo sobre cómo deben distribuirse los esfuerzos económicos para que la OTAN funcione, prometiendo replegar las fuerzas armadas del territorio europeo, en un contexto los países del Bálticos perciben como amenazante y expansionista la política rusa en la región.
Hace 60 años que Washington es el garante de la seguridad europea. Con la membresía de la OTAN se extiende la capacidad nuclear para la disuasión, que es enfocada a un solo oponente: Rusia. Como dice el experto ruso Fyodor Lukyanov, uno de los principales problemas que minaron orden mundial en el 2016 fue expansión de la OTAN, disfrazado bajo la buena voluntad de Occidente para garantizar la seguridad y poner en práctica el concepto de “disuasión”. La Alianza es un reflejo de las varias perspectivas que tienen sus miembros, incluso desde ambos lados del Atlántico.
Mientras Trump va formando su equipo de cara a la asunción del 15 de enero, las señales que se pueden capturar hasta ahora es que el próximo Presidente de los Estados Unidos será el que imponga un mensaje a los europeostienen que madurar y ser más autónomos. Los europeos ya tienen antecedentes, pasaron por situaciones similares, donde por iniciativa propia formaron diferentes proyectos para que el bloque comunitario tenga autonomía, pero desde el Tratado de Lisboa sería la primera vez donde es Estados Unidos que decide darle la espalda.
El 2017 será un año de prueba. Las circunstancias lo imponen, Washington no dedicará el mismo esfuerzo para ser el resorte donde vayan a rebotar los problemas geopolíticos del eje euro-atlántico.
Este escenario puede llevar a una fragmentación sobre el debate de la Alianza Transatlántica en el viejo continente. Como dice la experta Judy Dempsey del think-tank Carnegie Europe, hay una parte, como los del Báltico, que pide más acción y poder político para la OTAN, haciendo que la agenda seguridad de la UE y la seguridad de la Alianza “sean la misma”.
Esto no implica que Europa salga a multiplicar su presencia, porque su economía y sus urgencias no lo permiten, pero si está obligada rediseñar de su relación, por lo menos, con Rusia y China. Para el inicio del 2017 Donald Trump y su nube de contradicciones ya dejaron una tarea para Europa: busquen otra alternativa al TTP.
Transnistria
Un punto focal donde algunos editorialistas especulan que puede haber noticias en materia de posibles casos de modificación de fronteras está en torno al separatismo el Moldavia. La región de Transnistria tiene nuevas autoridades de marcado perfil pro-ruso. Se trata de Igor Dondon, quien ha advertido que en el 2017 espera concretar una resolución política. El nuevo presidente no tiene el poder absoluto, cualquier impulso debe abrir proceso de negociación con su Parlamento.
¿Será Transnistria desde donde lleguen señales de un cambio político que tenga que ver con la modificación de las fronteras tal cual las conocemos?, no se puede hablar de certezas, pero sí el ambiente estará “muy inquietante”. Se ensaya la tesis de “federación” con más peso que cualquier otra idea de separatismo. Con las experiencias anteriores, si Bruselas ejerce presión sobre Chisinau, esto puede ser un elemento en contra y habilitar una respuesta de Transnistria.
Ucrania
El asunto de Ucrania, que sigue y parece que seguirá siendo un atolladero en estado “congelado”, demandará de muchas negociaciones por hacer cumplir el lento proceso de los acuerdos de Minks II, pero si fluyen presiones populistas en los gobiernos europeos, estos no estarán muy dispuestos a un apoyo irrestricto porque saben que pagarán un costo. Hasta ahora, en Europa siguieron el ritmo de una melodía que se confecciona en Washington y se interpreta en el viejo continente. El discurso de “agresión rusa” por el asunto Crimea no desaparecerá, pero en la práctica las divisiones en Europa van a llegar a decisiones más pragmáticas considerando intereses propios frente a una postura solidaria en común de chocar en la diplomacia económica contra Rusia.
Crisis de valores
El telón de fondo es una crisis de valores para occidente, la UE está abrumada por una fatiga institucional y atorada hacía un destino que no puede escapar: la caída del estado de bienestar. A este escenario se suma la falta de alternativas para contener las imperfecciones del sistema, que se evidencia con la mala gestión de la crisis de refugiados que golpea los estándares de los valores europeos.
Estas problemáticas, que se reflejan en la sociedad europea, hacen al auge de los sentimientos euroescépticos. Podemos traer al presente los interrogantes que planteaba Zginiez Brezinski sobre la Federación Rusa en su libro “El Gran Tablero”, ¿Qué es Rusia? ¿Qué es ser ruso?, pero si trasladando el eje a Europa, ¿Qué es Europa? ¿Qué es ser europeo?, tal vez podamos hallar algunas respuestas a las múltiples preguntas que hacen al amenazante escenario de auge de nacionalismos.
Por otro lado, el balance de la pérdida de poder para occidente en el asunto Siria se podrá ir evaluando desde el comienzo del 2017, en cinco años de este conflicto que están entre los más acuciantes de la agenda política mundial tiene a Europa involucrada en estrategias que han ido fallando. En el análisis en clave geopolítica, es un botón de muestra de la baja de Europa y su potencialidad como actor global.
Europa ata sus políticas y baja el discurso de los valores, pero el aliado occidental del otro lado del Pacífico, estará en el año próximo más orientado a “recibir ofertas” y negociar en pos de los intereses nacionales de Estados Unidos que a acompañar las formas de “sostener valores” que impera en Europa. Esto en línea con lo que expresan tantos editorialistas que describen con connotación de temor la pérdida de valores que caracterizan a la civilización occidental.
El saldo perdedor: está en la agenda doméstica
A nivel doméstico, los próximos 12 meses podrían representar para la UE un verdadero “golpe” al liderazgo, afectando al futuro político de sus principales promotores de los valores europeos y de quienes militan por sostener el proyecto de integración comunitario, estamos haciendo referencia a Hollande y Merkel. Francia y Alemania transitarán por procesos electorales para elegir nuevas autoridades, del mismo modo lo hará Holanda. Estos eventos, entre otra multiplicidad, serán un desafío para sortear obstáculos en el camino de fortalecer el modelo integrador de Europa, siendo que en esos tres países el euroescepticismo se ha ganado un lugar en sus respectivos espacios políticos.
La Presidencia del Consejo de Europa, que ha ido perdiendo capacidades de injerencia en la agenda, estará en el primer semestre a cargo de Malta, con escaso potencial de influir.
Esto contrasta con el protagonismo que el Primer Ministro de Hungría Victor Orban ha tomado durante el 2016 y que hacia el año próximo está parado en una posición de legitimidad, siendo la voz del Grupo Visegrad V4 (Polonia, Rep. Checa, Hungría y Eslovenia). Orban impulsa una visión diferente de cómo relacionarse con Rusia, de cómo distribuir las cuotas de asilo a refugiados y mayor pragmatismo frente a un tema que busca solidaridad forzada: la crisis en Ucrania.
Es desde Hungría donde se alzan una de las voces más resonantes por un concepto que es también un dolor de cabeza para Bruselas: mayor autonomía decisoria para los socios.
Esto es uno de los tantos ejemplos de la dispersión reinante que afecta silenciosamente en el rumbo de la UE, por ejemplo, causando un efecto para la OTAN, ya que ha llegado a un punto no deseado: cargar de ideología que pone todas las decisiones a debate frente al pragmatismo que aspiran tener las autoridades. ¿Qué perderá Europa en el 2017?, ya existirán elementos para evaluar; en retrospectiva, van tres años que se materializa un elemento que fagocita el poder de la UE, esto quiere decir que algo es indiscutible: Europa está padeciendo transformaciones.
Estos ejes son parte de la tesis que se puede ensayar y que anima a estimar de un saldo perdedor, la agenda doméstica será la que pueda causar mayores complicaciones.
En materia de espacio territorial, de aliados estratégicos tal vez el 2017 no será un año de pérdidas para la Unión Europea, pero la profunda necesidad de cambios es una señal para que no pierda algo fundamental: la confianza de la gente en las instituciones, en la identidad europea.
Por Alejandro Barrandegui
Relaciones Internacionales Universidad del Salvador