Más allá de los impactantes acontecimientos de violencia extrema perpetrados por el denominado “Estado Islámico” en Irak y Siria, como así de los propósitos a los que este movimiento extremista aspira, acaso un dato poco observado y no menor es el relativo al “regreso” del terrorismo a la región de Oriente Medio.
Cuando nos referimos al “regreso” del accionar del terrorismo a la región, de ningún modo estamos diciendo que el fenómeno haya estado ausente en ese convulso espacio del mundo; básicamente, estamos considerando variables de naturaleza primordialmente geopolítica; es decir, atendiendo el intrínseco vínculo entre interés político y espacio geográfico; en este caso, en relación al terrorismo.
Desde estos términos, los hechos de violencia que tienen lugar en Oriente Medio, que en rigor y bajo “insurgencias diferenciadas” se extienden a la península arábiga, área del golfo Pérsico, parte del espacio norafricano y Afganistán, representan una “tercera secuencia” o fase geopolítica por parte del terrorismo.
La primera, centralmente local-regional y que se extendió hasta principios de los años noventa, comprende planificaciones y acciones terroristas dirigidas contra los regímenes árabes impíos, contra los “sosténes” extrazonales de estos regímenes y contra Israel. Ejemplo de este terrorismo, por citar unos pocos casos, fueron los letales ataques perpetrados contra los marines estadounidenses en el Líbano, las operaciones de la OLP, el asesinato del presidente egipcio Anwar El Sadat, etc.
Durante la década del noventa, el terrorismo comenzó a operar más allá del “teatro de acciones cercano”, llegando a impactar en el mismo corazón de los Estados Unidos (ataque al World Trade Center en 1993), en las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, en Adén, etc. No obstante, continuó perpetrando ataques zonales. Pero la acción de escala de esta nueva o “segunda fase” del terrorismo en clave eminentemente transnacional sin duda aconteció el 11 de septiembre de 2001, cuando la red terrorista Al Qaeda concibió y consumó un ataque masivo y mortal en el territorio nacional más preservado del planeta.
Es importante destacar que este terrorismo transnacional de nuevo cuño, organizado, ideológico, disperso y global, obedeció en buena medida a políticas de “desmarque” por parte de Occidente después del final del conflicto en Afganistán, cuando, según el análisis del experto francés Gilles Kepel, Washington se desentendió de aquellos combatientes a los que alentó y asistió en la guerra contra la ocupación soviética, y a políticas unilaterales globales seguidas tras el final de la Guerra Fría, por caso, establecimiento político-militar en espacios sagrados para el islam. En otros términos, abandono, concentración y expansión de poder, fueron decisivos en relación con el alcance geopolítico y el accionar del terrorismo “no tradicional”.
Si bien el terrorismo de Al Qaeda se concentró en objetivos estadounidenses, su proyección mundial estuvo dirigida también a aquellos “actores sub-estratégicos” (por caso, España y Reino Unido) del orden casi hegemónico que estableció Washington como patrón de seguridad nacional e internacional tras el fatídico 11-S.
La lucha contra el terrorismo transnacional durante la primera década del siglo XXI como así el agravamiento de situaciones en Oriente Medio, desde el conflicto israelo-palestino hasta Siria, pasando por Irak, las rivalidades interestatales, las exclusiones confesionales, etc., han vuelto a “resituar” el accionar del terrorismo en su “espacio tradicional”. No obstante la “relocalización” del terrorismo en su “espacio de rutina”, esta tercera fase geopolítica ofrece una pluralidad de situaciones que distinguen al fenómeno terrorista de la primera era.
En efecto, si bien Occidente continúa siendo un blanco, y las decapitaciones y mensajes en parte así lo corroboran, el “yihadismo” (relativamente continuador del “alqaedismo”) se volvió menos individual, más difuso, más sanguinario y mesiánico, e incluso muchos de sus “nuevos líderes” consideran que existen condiciones para “acelerar” los hechos y pasar (o saltar) a la fase de afirmación religiosa-geopolítica; es decir, la creación de un espacio mayor o califato que congregue a todos los “musulmanes íntegros”.
Desde estos términos, el “regreso” del terrorismo a Oriente Medio, incluso de este terrorismo cruel hasta el paroxismo, significa el regreso de una utopía que persigue el establecimiento de un solo Estado Islámico que, según el espacio islámico de otros tiempos, abarcaría Oriente Medio, Noráfrica, Andalucía y Asia Central. De acuerdo a expertos como Jason Burke, autor del libro “Al Qaeda. The True Story of Radical Islam””, los combatientes creen que, si todos los musulmanes actuaran en base a una interpretación literal de los textos sagrados islámicos, se logrará una transformación casi mística en una sociedad justa y perfecta.
Por otro lado, para el “terrorismo de tercera fase” la creación de espacios caóticos se torna indispensable no solamente para avanzar en su propósito geopolítico mayor, sino para dificultar las acciones militares por parte de actores regionales y extra-zonales destinadas a combatirlo.
Claro que este “regreso” del terrorismo a la región se ha visto “facilitado” por el desmonte de estructuras estatales que, precisamente, evitaban las secuelas de la fisión de grupos confesionales extremos o mesiánicos e incluso grupos contenidos, como asimismo el desbalance de poder interestatal. En este sentido, acaso es posible, salvando diferencias, trazar un paralelo entre el abandono y desprecio de Occidente a los insurgentes que combatieron y derrotaron a los soviéticos en Afganistán en los años ochenta y el desamparo a aquellos que formaron parte de las estructuras del Estado iraquí en tiempos de Sadam Hussein (y que hoy, irónicamente, son requeridos para frenar la brutal acometida del Estado Islámico).
En breve, más allá de la tremenda perturbación política, social, religiosa, etc., que implica el accionar del Estado Islámico en Oriente Medio, resulta pertinente y tal vez original el registro relativo a los cambios geopolíticos del fenómeno del terrorismo transnacional (o lisa y llanamente terrorismo en el caso del EI), un actor no estatal que ha irrumpido en grado casi impensado en el tradicional orden de Estados.
Por Dr. Alberto Hutschenreuter
Director «Equilibrium Global»
Analista Internacional