Suponer que la derrota absoluta de Rusia traerá paz a Europa es una ilusión peligrosa. Aquellos que creen que una Rusia humillada será la clave para la estabilidad subestiman la lógica de la política global. Las grandes potencias no se rinden fácilmente y, cuando perciben una amenaza existencial, recurren a todos los medios disponibles, incluyendo las armas más destructivas. Esta es la distinción esencial entre un conflicto global y uno local: un desenlace desfavorable puede desencadenar una destrucción total inminente.
Por ello, la seguridad en Europa no se puede lograr sin considerar los intereses de Rusia. Un acuerdo duradero debe abordar las preocupaciones de todos los actores involucrados, no solo de la Alianza Atlántica. Desde esta perspectiva, una solución viable sería que Ucrania mantenga su independencia sin unirse a la OTAN, mientras se establecen compromisos con Moscú. Las naciones situadas en áreas de influencia de una potencia superior, como Ucrania, no tienen la misma libertad que aquellas alejadas del centro del poder. Ignorar la influencia rusa en la determinación del destino de Ucrania es desconocer la realidad geopolítica.
Estos antecedentes revelan una verdad incómoda: en los enfrentamientos entre superpotencias, la idea de una victoria total se desvanece. Ninguna parte puede permitirse una derrota sin asegurarse de que el costo para la otra sea igualmente devastador. Este es el peligro inherente en la guerra de Ucrania. Intentar desmantelar completamente a Rusia podría desencadenar una reacción en cadena con consecuencias irreparables, amenazando la paz mundial.
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Los actores involucrados en conflictos entre superpotencias no buscan una victoria abrumadora, sino una solución negociada que les permita preservar sus posiciones sin comprometer sus intereses fundamentales. En este contexto, existen cuatro posibles caminos para evitar una catástrofe global: impedir que la guerra se desarrolle, acordar un cese al fuego antes de que la situación se agrave, que ambas partes logren una concesión razonable, o, en el peor de los casos, la devastación total a través de un conflicto nuclear.
Este último escenario, aunque parece improbable para muchos, es una posibilidad latente. La presencia de armas nucleares ha convertido los conflictos entre grandes potencias en algo mucho más riesgoso que en cualquier otro momento de la historia. Aquellos que creen que la crisis actual entre Ucrania y Rusia puede resolverse como los conflictos del pasado no comprenden el poder destructivo de las armas modernas.
Recientemente, el empleo de misiles de largo alcance por parte de Ucrania ha exacerbado aún más las tensiones. Rusia ha advertido que, si estos misiles son utilizados para atacar su territorio, lo interpretará como una intervención directa de la Alianza Atlántica en la guerra. Esta no es una amenaza vacía. En los enfrentamientos entre potencias, las percepciones y los movimientos de las partes son tan importantes como los hechos concretos, y un error de cálculo podría tener consecuencias fatales.
El verdadero peligro de este conflicto radica en la incomprensión de las fuerzas que rigen las relaciones entre estos actores globales. No se trata de un enfrentamiento convencional, y quienes piensan que una derrota completa de Rusia traerá estabilidad desconocen las verdaderas reglas del juego. La historia ha demostrado que las naciones poderosas no aceptan una derrota sin luchar hasta el último recurso, y cuando perciben que su supervivencia está en juego, recurren a los métodos más extremos.
En esencia, el conflicto en Ucrania representa una lucha por la supremacía global y el equilibrio de poder. Las decisiones que se tomen en los próximos meses no solo determinarán el futuro de Ucrania, sino que también podrían reconfigurar el equilibrio global. Cualquier solución que no considere las complejas dinámicas de las grandes potencias está condenada al fracaso, y el costo de ese fracaso podría ser devastador para la humanidad. La guerra en Ucrania no es simplemente un conflicto entre dos naciones; es un escenario en el que las grandes potencias redefinen el orden mundial. En un contexto nuclear, las dinámicas entre estos actores imponen restricciones que hacen inviable una solución tradicional. La paz en Europa solo será posible cuando tanto Rusia como Occidente acuerden respetar las esferas de influencia y la seguridad de todos los involucrados. Intentar derrotar a Rusia o imponer condiciones unilaterales solo desatará una escalada incontrolable, cuyas consecuencias serían catastróficas para el mundo. La historia no solo recordará a los vencedores, sino a quienes, con visión y determinación, evitaron el descenso hacia el abismo y salvaron a la humanidad de su propia destrucción.
Por Mg. Guido Feld
Analista Internacional. Columnista INFOBAE y medios locales. Magister en Estudios Internacionales UCEMA.