Como consecuencia del papel desempeñado por Rusia en el desenlace de dos cuestiones internacionales centrales del año 2013, Snowden y Siria, la percepción relativa al ascenso de este actor en el orden interestatal sufrió una valoración sin precedente desde su nacimiento en diciembre de 1991, o más precisamente desde la llegada de Putin al poder en 2000.
Por ello, posiblemente el año 2013 registrado como el año del “regreso” de Rusia al orden interestatal, es decir, un período de logros efectivos en cuestiones internacionales, producto de la afirmación de un patrón u enfoque externo activo.
Si bien hay especialistas que relativizan las conquistas rusas en materia de política exterior, por caso, Stephen Sestanovich, en tanto consideran que tales “conquistas” implican en verdad inhabilidad para resolver múltiples cuestiones que van desde Ucrania a la Unión Europea, pasando por Moldavia, Georgia, OTAN, etc., predominan los enfoques, por ejemplo el de Jacques Lévesque, por citar uno de ellos, que concluyen que Rusia ha construido poder y, por tanto, ha afianzado su capacidad de deferencia, es decir, esa capacidad o “talla estratégica” de un Estado que hace que se torne “imprudente” para los demás actores (sobre todo zonales) proceder de modo indiferente a la apreciación de aquel cuando se abordan cuestiones internacionales sustantivas.
Durante los “nuevos tiempos de desórdenes” de la Federación Rusa, es decir, entre 1992-1999, dicha capacidad prácticamente desapareció; más todavía, desestimando su patrón o enfoque tradicional de poder en el tablero interestatal, la Rusia de aquellos años consideró que una política externa de acompañamiento incondicional a Occidente era la clave de bóveda para que el país no volviera a sufrir un nuevo proceso de metamorfosis que lo sumiera en desarreglo interno y aislamiento externo, según los mismos términos del entonces canciller ruso, Andrei Kozyrev.
Para los iniciadores y defensores de la nueva política externa rusa, el ensayo soviético dirigido a lograr una inflexión en el curso de Rusia no solamente acarreó costos humanos y materiales incalculables, sino que interrumpió un proceso de convergencia entre Rusia y Estados Unidos. Siempre desde la perspectiva de aquellos funcionarios, el final de la URSS ofrecía una nueva y mayor chance de afinidad con Estados Unidos: más todavía, se consideraba que este país estaba interesado en basar el nuevo orden en una nueva política de “condominio ruso-estadounidense”.
Los resultados son conocidos: Estados Unidos llevó su victoria más allá del fin de la URSS, rentabilizando la misma y logrando sensibles ganancias de poder frente a una Rusia casi exánime. Incluso en tiempos de Evgueny Primakov, un experto en Medio Oriente con marcado sentido realista que se propuso un giro radical de la diplomacia rusa, la debilidad e impotencia del país favoreció la continuidad de aquel enfoque post-victoria. De allí que el experto Leon Aron sostuviera que si bien Primakov se propuso un cambio de 180 grados en la política externa rusa, terminó alcanzando 90 grados.
A partir de 2000, el ascenso de un nuevo liderazgo generacional en Rusia implicó el principio del fin de una era de desórdenes, y el principio de un reposicionamiento más asertivo o proactivo de Rusia en el orden interestatal.
En este sentido, hay bastante de cierto en lo que sostiene el experto Sherman Garnett, respecto a que el enfoque de Rusia en tiempos de Putin puede ser interpretado como un “primakovismo sin Primakov”, es decir, siguiendo líneas del ex canciller y ex primer ministro, mostrando disposición a colaborar con Occidente si las condiciones así lo requieren, pero remarcando que los intereses de Rusia no se identifican con Occidente, sobre todo en relación a una lógica de orden interestatal que tiende a desestimar el ascenso del “resto”.
No obstante este regreso al “primakovismo”, la Rusia bajo comando de Putin implicó una diferenciación central en relación a los tiempos de Rusia bajo el liderazgo de Yeltsin: se priorizó la relocalización de la autoridad y la restauración de la fortaleza del Estado, estrategia que hizo posible plantear una política externa proactiva y de creciente influencia en el orden interestatal. En otros términos, la reconstrucción del poder hacia adentro ha implicado una condición estratégica al momento de reparar no solamente la sensible pérdida de influencia de Rusia en el orden interestatal, sino el firme cuestionamiento a que se continúen ejerciendo políticas de poder a costa y en contra de ella.
En breve, Rusia ha regresado a la escena interestatal en base a un liderazgo de cuño tradicional, es decir, un liderazgo que, a diferencia del de Yeltsin que fue un liderazgo “transformador” que acabó transportando a Rusia a las protohistóricas pesadillas de “desorden”, retorna a “clásicos” que hicieron de Rusia un actor central y respetado: orden interno, fortaleza del Estado, centralización política-territorial, referencias geopolítica-culturales propias, referencias heroica-nacionales, acumulación militar, amparo y promoción del interés nacional en espacios adyacentes, política externa activa, etc.
La pregunta clave es si Rusia podrá lograr una mixtura entre el patrón clásico y las demandas de modernización. Si es capaz de ello, Rusia estará en condiciones de ejercer un poderío más multivectorial, es decir, un papel selecto y prominente en prácticamente todos los segmentos de poder interestatal.
Dr. Alberto Hutschenreuter
Analista Internacional – Académico
Publicado en blog «Perspectiva Equilibrium» en RT Actualidad:
http://actualidad.rt.com/blogueros/alberto-hutschenreuter/view/114414-balance-rusia-debilidad-poder