Comparte este contenido

En la madrugada del 26 de abril de 1986, durante una prueba de seguridad en el reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl, ubicada en la ciudad soviética de Pripyat (actual Ucrania), una combinación fatal de errores humanos y fallas de diseño provocó una explosión colosal que liberó grandes cantidades de material radiactivo a la atmósfera y que llegó al 40% de Europa.
La prueba que se realizaba en ese momento tenía como objetivo evaluar el funcionamiento del reactor en caso de un corte eléctrico. Sin embargo, fue ejecutada sin las condiciones mínimas de seguridad: ingenieros sin demasiada pericia, un diseño defectuoso del reactor RBMK y una cultura organizacional que respondía más a los mandatos políticos que a criterios científicos.

Tras diversos inconvenientes durante el proceso, se tomaron medidas que violaban las reglas de operación: primero, en el núcleo del reactor había sólo seis barras de control absorbentes de neutrones, cuando las políticas requerían un mínimo de treinta; el nivel de potencia eléctrica que generaba el reactor rondaba los 200 megavatios, algo totalmente prohibido. Y como si fuera poco, se apagaron los sistemas automáticos de regulación de potencia y el sistema refrigerante de emergencia, entre otros fallos.
¿Qué ocurrió luego? Se produjo una explosión equivalente a 500 bombas de Hiroshima que hizo volar por los aires la tapa del reactor de 1.000 toneladas, dejando como saldo 31 muertos y miles de heridos por las consecuencias de la radiación.

Reacción tardía

Durante los primeros días, el gobierno soviético intentó minimizar la magnitud del accidente. La información fue escasa, tardía y manipulada. Pripyat, la ciudad donde se encontraba la central nuclear, fue evacuada recién 36 horas después, lo que implicó que más de 350.000 personas fueron desplazadas de forma permanente.
Para controlar las llamas y tratar de mitigar la radiación, se estima que cerca de 500.000 personas entre bomberos, soldados, ingenieros y obreros participaron en la contención inicial y limpieza del sitio, muchos sin protección adecuada. A ellos se los conoció como “liquidadores”, porque su misión era «liquidar» las consecuencias del accidente, es decir, reducir la contaminación y evitar que el desastre se propagara por todo el continente.

Gracias a su valentía el mundo siguió girando, pero fue un precio muy alto que muchos tuvieron que pagar con su propia vida. Sólo 5 minutos de exposición cerca del reactor era letal, por eso tenían turnos de no más de 2 o 3 minutos. En algunas zonas, los niveles radiactivos alcanzaron los 300 sieverts por hora (Sv/h), lo que significaba unas 100.000 veces más fuerte que la radiación natural que recibimos del sol.

Lo nuclear, en riesgo por la guerra

Los científicos que en la actualidad monitorean Chernobyl aún encuentran residuos atómicos, inclusive en varias regiones de Europa del Este. Entre ellos, cesio-137 y estroncio-90, que son los principales radionúclidos presentes en el suelo y el agua, pero también plutonio y uranio, provenientes del combustible nuclear del reactor y que aún pueden hallarse en ciertas áreas altamente contaminadas.
Es por esto que la construcción de un nuevo sarcófago para contener el peligro se hizo necesaria y en 2016 se colocó la monumental obra que recubre el antiguo sarcófago de acero. A pesar de la reticencia inicial de los rusos, este paraguas de la ingeniería fue financiado por la comunidad internacional y las Naciones Unidas, lo que asegura una vida útil de casi un siglo.
Aun así, los riesgos persisten y se calcula que toda la zona no será habitable por al menos 20.000 años, pese a que la vegetación y ciertos animales como los perros lograron adaptarse al entorno. Investigadores han identificado lobos y perros con mutaciones genéticas en la zona de exclusión que podrían ser inmunes a ciertas enfermedades, lo que ha generado interés en estudios sobre la evolución en ambientes radiactivos.

Pese a ello, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) que dirige el argentino Rafael Grossi sigue atento a cualquier tipo de incidente. El último fue cuando dron con explosivos impactó en el sarcófago en febrero de este año. Rusia y Ucrania se acusaron mutuamente del ataque que alertó al mundo. Aunque no se han detectado cambios en los niveles de radiactividad, el artefacto abrió un agujero de seis metros de diámetro en la estructura.
Otra de las centrales nucleares de Ucrania es la de Zaporiyia, a 700 km de Chernobyl y la más grande de Europa, lo que genera mayores temores producto de la guerra que mantienen hace 3 años Vladimir Putin y Volodimir Zelensky.
Bajo control ruso desde 2022 y con monitoreo de la OIEA, esta central atómica ucraniana también ha sufrido los encarnizados combates entre los bandos, en su mayoría con vehículos aéreos no tripulados que terminaron explotando en las cercanías o disparos de artillería pesada, subestimando el peligro de pelear cerca de un reactor nuclear.

Fukushima, presa de la naturaleza

Aunque la central nuclear de Fukushima Daiishi, en Japón, no tuvo una guerra en sus narices, sí debió soportar la furia de la naturaleza con el tsunami que azotó la región el 11 de marzo de 2011, una hora después del terremoto de 9.0 en la escala de Richter, el peor en la historia del país.
Lo que ocurrió en la planta de la compañía Tepco (Tokyo Electric Power Company) ha sido calificado como el accidente nuclear más grave desde la tragedia de Chernobyl. El maremoto provocó la fusión del núcleo en tres de los reactores, explosiones de hidrógeno y la liberación de contaminación radiactiva, además de destruir equipos operativos, de seguridad y distintas estructuras de la central.
A 14 años del desastre, el proceso de limpieza y desmantelamiento sigue siendo un desafío para los japoneses. Máxime si se tiene en cuenta que aún quedan 880 toneladas de material altamente radiactivo, lo que hace que la descontaminación sea un proceso extremadamente complejo y prolongado.
Actualmente la empresa está utilizando robots especializados para recuperar escombros de combustible fundido dentro de los reactores dañados, con el fin de analizar el combustible derretido. Y se cree que para completar toda la descontaminación llevará de 30 a 40 años.

Lo que Chernobyl nos enseñó

La tragedia nuclear de la URSS no solo cambió el mapa radiactivo de Europa, cambió para siempre nuestra percepción del poder atómico, de la responsabilidad política y del costo real del progreso mal gestionado.
Hoy, cuando el mundo debate sobre guerra, cambio climático, energía renovable, migración y seguridad, estos tópicos son hijos de lo que ocurrió aquella mañana de 1986, y el temor a que ocurra lo mismo sigue vigente en Chernobyl, Zaporiyia, Fukushima y en cualquier reactor del planeta que esté cercano a zonas de conflicto o proclive a lo que decida la naturaleza.
Con cada uno de estos desastres nada pudo ser igual, pero todo puede volver a repetirse.

Por Sebastián Muzi. Periodista.
Columnista de Política internacional. Posgrado Investigación en Periodismo USAL-PERFIL. Creador de «Por las Embajadas», Diario LA PRENSA. En X @sebastianmuziok

Translate »