Sin duda alguna, el reciente reconocimiento de la ampliación de la plataforma continental argentina por parte de la Comisión de Límites de la ONU, representa un logro geopolítico-nacional relevante para el país.
En segundo término, dicho reconocimiento demuestra la importancia que implica el sostenimiento de políticas de Estado a través de sucesivos gobiernos nacionales, los que mantuvieron la fecunda labor realizada por la Comisión Nacional del Límite de la Plataforma Continental (COPLA), creada en 1997 como el órgano estatal encargado de elaborar la presentación final del límite exterior de la plataforma continental argentina, la que se realizó en 2009 y que fue finalmente reconocida durante el mes de marzo.
Básicamente, el reconocimiento significa que Argentina suma espacio, agrandando un 35 por ciento más su plataforma marítima, dato que a su vez implica incremento de poder nacional, por cierto, un concepto desafortunadamente olvidado y hasta repudiado que vamos a necesitar re-significarlo en un mundo donde los denominados “comunes globales”, es decir, espacios “al servicio de la comunidad internacional”, tienen un alcance tan o más formal que el de “aldea global” o el de “alianza de civilizaciones”. Pero en aquellos “espacios nacionales poco atendidos”, la soberanía también puede volverse una formalidad.
En otros términos, el mundo que se aproxima no se fundará en los anhelos de la humanidad o de los pueblos sino en la realidad de los acontecimientos, como siempre ha sido. Desde el segmento de la geopolítica, la realidad nos “propone” un escenario global donde los intereses volcados sobre espacios terrestres, aeroespaciales y marítimo-oceánicos, con fines (corrientemente) asociados al incremento del poder de los Estados, continuarán siendo predominantes.
El actual escenario internacional ofrece bastantes datos acerca de ello: desde el Ártico hasta la Antártida, pasando por África, el Mediterráneo, el Índico, el Pacífico, la masa euroasiática, el Atlántico Sur, el segmento aeroespacial, etc., en todos estos espacios se registra (con distinta intensidad) una profusa actividad de los Estados preeminentes relativa con el acceso a recursos y la afirmación de soberanías. En algunos casos, la definición de intereses nacionales es tan dilatada que, como sucede con las placas tectónicas, los mismos se superponen o se solapan entre sí, ocasionando incremento de querellas, tensiones e incluso choques interestatales.
Todo ello ocurre en un contexto internacional en el que prevalece lo que Stanley Hoffmann denominó “política como de costumbre”, es decir, políticas que anteponen el interés nacional, la seguridad, las concepciones geopolíticas “pos-patrióticas” (esto es, proyecciones allende las fronteras de la patria), la acumulación militar, enfoques externos activos, etc., en detrimento de las “políticas de orden mundial”, es decir, políticas que pugnan por la afirmación internacional del “modelo institucional”, la prevalencia de las organizaciones intergubernamentales, los regímenes internacionales, los intereses de la comunidad internacional, el derecho internacional, el derecho de los pueblos, etc. (Pruebas al canto sobre la predominancia del “modelo de poder” sobre el “modelo institucional”: el reconocimiento de la presentación argentina por parte de la ONU implicó que esta organización reconoce –la resolución 2065 de la Asamblea General ya lo reconoció en 1965- una disputa de soberanía entre Argentina y Reino Unido en el Atlántico Sur; a lo que Londres respondió que dicho reconocimiento nada cambia porque no es vinculante.)
Los trabajos relativos con tendencias internacionales son escasos en cuanto a sostener que los Estados marchan hacia la complementación y la integración interestatal y la distribución ecuánime y colectiva de recursos; por el contrario, predominan tendencias que advierten sobre el posible curso del mundo hacia un renovado ciclo de “imperialismos de recursos”, esto es, aumento de la demanda de fuentes estratégicas (conocidas y por conocer), y, por tanto, intentos de apropiación de los mismos, ya sea “compartiendo soberanías” o directamente sojuzgando soberanías.
Desde estos términos, el logro que significa el reconocimiento de ampliación de la plataforma continental argentina no será tal si el país no acompaña dicho reconocimiento con los debidos recursos estratégicos-militares, que no sólo amparen y preserven lo que implica semejante activo centralmente marítimo-oceánico, sino también los otros activos geopolíticos nacionales de escala con que cuenta el país, el segmento aeroespacial y el espacio terrestre.
Es muy pertinente tener presente esta cuestión pues en Argentina la geopolítica en los hechos siempre ha estado detrás de la geopolítica en las ideas, que, hay que decirlo, han sido fecundas. En otros actores regionales, ideas y acción geopolítica han marchado juntas, y ello ha supuesto no sólo amparo y protección de activos nacionales, sino también deferencia internacional. Dicho de otro modo y por si falta aclararlo, en la región no hay una geopolítica regional; existen diferentes tratamientos en cuanto a la relación política-espacio, siendo algunos de ellos más proactivos y disuasivos, mientras que otros han sido (y continúan siendo) indiferentes y derrochadores.
Pero dicho acompañamiento estratégico-militar no se agota solamente en la defensa y preservación de los activos espacio-territoriales nacionales, sino en lograr también capacidades de disuasión propias de un Estado casi continental, para utilizar el concepto de Friedrich Ratzel; una asignatura que hace tiempo espera, y que muchas veces ha sido desdeñada por dirigencias y “capillas de ideas” para las que, aparentemente, el mundo no es un lugar peligroso y para las que, si sucediera algo, ello sucederá lejos o, en el peor de los casos, seguramente se contará con el respaldo de los puntales regionales, el derecho internacional, las organizaciones intergubernamentales y las organizaciones no gubernamentales.
Por Dr. Alberto Hutschenreuter
Director de Equilibrium Global. Autor del libro «Política Exterior de Rusia – Humillación y Reparación». Autor del libro «La Gran Perturbación – Política entre Estados en el Siglo XXI». Analista internacional.