El reciente anuncio hecho por los mandatarios de Estados Unidos y Cuba sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, que tal vez sea seguido del levantamiento del embargo unilateral que se mantiene sobre la isla, resulta pertinente para abordar una situación internacional crítica y no siempre considerada en las relaciones internacionales: aquellas situaciones de conflicto y exclusión entre Estados.
La experiencia señala que tales situaciones generalmente ocasionan consecuencias desfavorables en las relaciones internacionales: el Estado excluido acaba cooperando con otro u otros insatisfechos o marginados, e impugnando el orden establecido sin ellos; en otros casos, la exclusión de un actor se torna incongruente para el orden vigente; también puede suceder que la exclusión adopta formas de irrespeto o falta de deferencia con un actor preeminente al que se considera un posible retador del orden entre Estados; igualmente, es posible que la exclusión se vuelva una amenaza para la misma seguridad regional y global; en otras circunstancias, la exclusión fuera de determinado contexto internacional acaba siendo una medida perimida o insensata.
Existen numerosos casos contemporáneos en los que claramente conflicto y exclusión implican más inconvenientes que soluciones en las relaciones internacionales. Consideremos brevemente los más relevantes.
Después de la Primera Guerra Mundial, Alemania y Rusia fueron degradados a una condición de “rogue states” (para utilizar una expresión actual) en el orden interestatal de entonces. Uno por haber provocado una gran perturbación entre Estados no fue invitado a ser parte del “pacto interestatatal” del cual resultó la Sociedad de las Naciones, otro por encontrarse en guerra con los promotores de dicho pacto.
En otros términos, existió entonces un conflicto con exclusión cuya principal consecuencia, aparte de viciar y vaciar el intento de un nuevo orden internacional, fue el acercamiento entre los “actores paria”: en 1922 ambos iniciaron en Rapallo, Italia, una colaboración que se extendió hasta poco tiempo después del pacto de agresión soviético-germano de 1939, y que posibilitó, entre otros, que fuerzas de la Wehrmacht se entrenaran en territorio soviético, burlando así las severas restricciones impuestas por el Tratado de Versalles.
No es propósito aquí analizar las razones ideológicas-estratégicas que llevaron a que la Rusia soviética pactara con Alemania, cuestión que ha sido muy bien analizada por el autorizado historiador Sebastian Haffner en una obra indispensable. Lo que resulta sin duda concluyente, es que el “destierro” de ambos actores implicó fragmentación y desconfianza creciente en el ya frágil sistema de poder interestatal de entonces.
Otro caso relevante de conflicto y exclusión interestatal, esta vez resuelto con pragmatismo, fue el que involucró a China como actor central, ya en tiempos del régimen de la Guerra Fría.
Dicho régimen giraba en torno a Estados Unidos y la entonces Unión Soviética. Sin embargo, a principios de los años setenta la República Popular China, hasta entonces no reconocida por Estados Unidos que reconocía a Taiwán como la China legítima, era un actor casi preeminente que desnaturalizaba y tornaba incongruente dicha política de no reconocimiento que se mantenía desde 1949.
Tal situación anómala, sumada al compromiso estadounidense de acabar con la guerra en Vietnam (para lo cual China era clave) y afectar al “contendiente principal”, la Unión Soviética, determinó la inclusión de China en un orden interestatal que, como bien señala Kissinger en su excelente obra “China”, demandaba un reajuste en el equilibrio mundial.
En palabras del propio ex secretario de Estado: “La visita de Nixon a China constituye una de las pocas ocasiones en que una visita de Estado estableció un cambio fundamental en los asuntos internacionales. La incorporación de China al juego diplomático mundial y el aumento de las opciones estratégicas para Estados Unidos inyectaron una nueva vitalidad y flexibilidad al sistema internacional”.
En breve, a la luz del sitio que ocupa actualmente China en las cuestiones internacionales y de la poderosa dinámica del espacio Asia-Pacífico que la tiene como “primer actor”, sin duda se trató de una inclusión estratégica la de aquellos tiempos.
La actual situación de tensión entre Occidente y Rusia puede ser contemplada desde una perspectiva de negación de reconocimiento estratégico, es decir, consideración y deferencia de “particularidades geopolíticas” por parte del primero hacia el segundo.
Esa falta de reconocimiento obedeció (y obedece) a la implementación (o continuación) de una política de poder que Occidente ejerce en detrimento de los intereses geopolíticos históricos rusos desde el mismo final de la Guerra Fría, con la finalidad de evitar una eventual restauración de poder en Rusia que desafíe una vez más a Occidente.
El caso es más que pertinente, pues deja en evidencia que en la política interestatal el ejercicio de falta de reconocimiento u oclusión estratégica entre Estados preeminentes siempre conduce a situaciones de perturbación; en este caso, en el segmento de actores mayores del orden interestatal, del cual dependen varias cuestiones críticas para la estabilidad global, por ejemplo, armamento estratégico, cooperación ante amenazas de “actores-armas”, etc.
Existen otros casos de menor escala que los referidos en materia de conflicto y exclusión interestatal que podemos destacar; por ejemplo, Turquía, Irán y Cuba.
El caso de Turquía es uno de los mejores ejemplos en relación con la inclusión en base al tránsito de una condición geopolítica a una geoestratégica, es decir, desde una situación en la que el actor suma a su carácter de “pivote” por su localización regional, la de actor con capacidad para proyectar poder regional.
En otros términos, si la construcción de poder nacional y su ubicación geopolítica clave determinaron que hace tiempo sea incluido en la OTAN, hoy Turquía amplió su papel en base a su ascendente estratégico en espacios que dirime en materia de influencia con otros actores ascendentes, por caso, Arabia Saudita, Irán, etc., en zonas adyacentes a su territorio pero también en áreas más distantes como la de Asia Central.
Este ascenso e inclusión es tal que en Europa han surgido voces de advertencia sobre la inconveniencia geopolítica de ejercer una política de discriminación hacia un actor que se proyecta sobre regiones selectivas clave en las que Occidente no logrará nada, o logrará muy poco, sin su apoyo.
El caso de Irán es bastante similar al de Turquía: un actor que ha construido poder y que, por tanto, demanda reconocimiento, ecuanimidad y deferencia regional y global. Sin duda, si la tensión se ha incrementado en la región de Oriente Medio y Golfo Pérsico, en buena medida ello obedece a políticas de doble rasero y dinámicas de asedio geopolítico que han provocado un desequilibrio de poder o en la región.
Dicha región presenta una peculiaridad estratégica: la estabilidad (siempre relativa) es alcanzada cuando el nivel de insatisfacciones de los principales actores se reduce sensiblemente. Ello requiere de una delicada y paciente diplomacia que no podrá desplegarse mientras Teherán se sienta no solamente excluido del orden interestatal, sino señalado como la causa de las crisis.
No ha sido casual que expertos como el desaparecido Kenneth Waltz, insospechado de idealismo alguno en el análisis teórico de las relaciones internacionales, o el mismo Martin van Creveld, hayan sugerido que no solamente deberían cesar las sanciones sobre el país persa, sino considerar seriamente la posibilidad de permitir que Irán acceda…al arma nuclear.
Para Waltz, que propone el equilibrio de la amenaza al equilibrio de poder, un Irán nuclear restaurará el necesario balance estratégico en la región y, contrariamente a lo que advierten en Occidente, difícilmente ello arrastrará a la región a una carrera por la bomba.
Más allá de este interesante debate, es inviable y contraproducente continuar manteniendo un conflicto y una exclusión con un actor que, como Turquía, reúne la condición de actor geopolítico y geoestratégico. Desde algunos “grupos de reflexión”, se considera que una de las posibles tendencias del escenario interestatal venidero será el inicio del reconocimiento de Irán como actor preeminente intermedio, es decir, apertura de negociaciones.
Finalmente, el reciente anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba representa otro caso de inclusión en las relaciones interestatales.
Si bien los mandatarios de ambos países realizaron dicho anuncio, existen dudas si la apertura diplomática será seguida del tema crítico: el levantamiento del embargo comercial impuesto por Estados Unidos hace más de medio siglo.
Desde una perspectiva centrada en técnicas de maximización de poder, el embargo a Cuba tenía cierta justificación, puesto que Washington afectaba a su contrincante directo, la URSS, a través de políticas de debilitamiento a uno de los aliados clave de esta ex superpotencia en el hemisferio americano.
Pero finalizado el conflicto, dicha política dejaba de tener sentido. Más todavía, la continuación de la lógica del “cerrojo económico” fungía como una situación que restringía las “capacidades y potencialidades” de isla y de la propia administración de La Habana, y colocaba a Estados Unidos como el causante de las carencias y penurias sufridas por el pueblo cubano.
Por otra parte, el mantenimiento del embargo unilateral ya no guardaba relación alguna con las verdaderas capacidades de la dirigencia cubana para producir desestabilizaciones en América Latina. Por el contrario, dicho mantenimiento aumentaba los descontentos de la región con los Estados Unidos y se convertía la relación con Washington en un punto muerto que acababa por frustrar encuentros cumbres regionales y hemisféricas.
Asimismo, el embargo apartaba del espacio económico a las compañías estadounidenses, situación que era aprovechada por compañías de otros países interesados en ganancias económicas y no en cuestiones políticas e internas estadounidenses.
Por último, la mantención de la exclusión de Cuba acabaría por favorecer la defensa y promoción de intereses de Rusia en la isla y en la región (de hecho ya hubo anuncios de ampliación de vínculos comercio-económicos e incluso de pactos de seguridad).
En breve, mantener un conflicto y una exclusión con Cuba no producía ganancias para nadie. Seguramente, el conflicto persistirá pero dentro de una lógica de negociaciones, y, más tarde o más temprano, el impacto de la apertura económica podrá crear condiciones para un gradual o “suave” cambio político en la isla.
La coexistencia de conflicto y exclusión entre Estados es una situación que la mayoría de las veces no reporta beneficios. Por el contrario, la experiencia demuestra que generalmente las sanciones y bloqueos alcanzan un muy estrecho margen de éxito en relación con los propósitos deseados.
Pero, acaso lo más inconveniente, la mantención del conflicto y exclusión entre Estados puede llevar a que el actor afectado acabe adoptando decisiones mayores en relación al amparo de su interés nacional, una suerte de “fuga” o “apuesta hacia adelante” que escale el conflicto y lo torne incontrolable.
Por Dr. Alberto Hutschenreuter
Director EQUILIBRIUM GLOBAL
Analista internacional – Académico – Escritor