Recientemente el presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, planteó la Estrategia para combatir al grupo yihadista que se autodenomina “Estado Islámico”. Esta respuesta se da en el marco de las violentas ejecuciones selectivas, que este grupo ha realizado contra comunidades cristianas y periodistas occidentales, las cuales van acompañadas de mensajes directos contra los gobiernos de los Estados Unidos e Inglaterra, en donde los declaran culpables de la muerte de hombres, mujeres y niños musulmanes a lo largo de los últimos años, como producto de sus intervenciones militares en el Medio Oriente.
Sin embargo, la estrategia del presidente de los Estados Unidos de América presenta varias dificultades que disminuyen las probabilidades de su éxito. Entre las dificultades que exhibe la estrategia de la Casa Blanca se destacan tres elementos, que prometen que esta se sumará a los fracasos políticos de los Estados Unidos desde 1979 hasta la fecha. Esta dificultades son: i) la estrategia desinstitucionaliza aún más la región, además, no cuenta con verdaderos aliados; ii) esta no resuelve lo fundamental: el control territorial; y finalmente, iii) la estrategia no cuenta con un verdadero respaldo de los ciudadanos estadounidenses.
El primer elemento, que plantea un fracaso a futuro, es que la estrategia declara la necesidad de realizar un “esfuerzo” para eliminar a un grupo islámico, pasando por encima de la institucionalidad estatal en los territorios donde opera. Presumir que se puede hacer frente al “Estado Islámico” sin el apoyo del gobierno sirio, representado por Bashar Al Asad, es bloquear respaldos y no resolver el problema de fondo. Por un lado, este tipo de estrategia, en donde Estados Unidos no reconoce como legitimo al gobierno de Bashar Al Asad, reduce las posibilidades de respaldo de la Federación Rusa y de la República Popular China, quienes desde que inicio la crisis de Siria en 2011 han mantenido el respaldo a Bashar Al Asad y defendido la necesidad de fortalecer este gobierno. Sin estos respaldos será imposible un acuerdo en el marco del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Además, este tipo de planteamientos diezma las posibilidades de recibir un amplio apoyo al interior del mundo musulmán, en donde la República Islámica de Irán ha sido la primera en reaccionar en contra de esta iniciativa.
Por otra parte, no reconocer al gobierno de Bashar al Asad como líder y gobernante de Siria, es profundizar el caos y el vacío de poder al interior de este territorio, agudizando aún más el problema. Recurrir y armar a la oposición es una buena opción pero profundiza la falta de gobierno y de instituciones que brinden estabilidad y confianza a los ciudadanos. Esa política estadounidense de apoyar y armar a la oposición no es clara y funcional, toda vez que en la “oposición” no hay unos interés convergentes que ayuden a estabilizar a Siria. Por una lado hay unos kurdos más partidarios de autonomía que de unidad territorial; por otro, uno académicos cercanos a Burhan Ghalioun (catedrático de la Sorbona) partidario del establecimiento de un Estado Laico, y por otro, un sector de políticos islamistas, cercanos a los Hermanos musulmanes partidarios del establecimiento de un estado islamista. En este escenario tan diverso será difícil para Estados Unidos encontrar una oposición confiable, ala cual pueda entregar la responsabilidad de hacer la guerra en tierra y establecer el orden y la autoridad del Estado.
La segunda dificultad que presenta la estrategia política de Barack Obama, es limitar la estrategia militar que se debe utilizar contra el “Estado Islámico”. Un estratega debe establecer los objetivos políticos de la gran estrategia, mientras que los medios a utilizar los deben definir los expertos militares. Es claro que, los drones aportarán capacidades de inteligencia, que permitan diagnosticar las posiciones y las capacidades del adversario, pero estos no son suficientes para neutralizar la amenaza que significa el Estado Islámico. Uno de los elementos que han permitido que este grupo haya proliferado, es la poca o nula capacidad de control territorial que tiene hoy el gobierno de Siria y de irak. Esta debilidad, no se resuelve con drones sino con ejércitos en tierra que ponen las bandera en señal de victoria. Indudablemente, estos aparatos aéreos podrán generar un efecto sicológico de zozobra en los yihadistas islámicos, al no saber nunca si están siendo observados o no, o si van a ser el blanco de un ataque aéreo.
Sin embargo, confiar en la superioridad aérea y tecnológica puede tener como resultado un alto costo económico, sin una clara ventaja política-militar. Sostener en el tiempo una guerra de bombardeos selectivos a blancos estratégicos o tácticos, puede resultar muy costoso para los Estados Unidos. Pero aún, suponiendo que los Estados Unidos cuentan con unos fondos económicos ilimitados y la financiación de los esfuerzos militares no son un problema, al fin y al cabo cuentan con el gasto militar más altos del mundo, este tipo de estrategias militares no son los suficientemente contundentes, ni para diezmar la voluntad de lucha de los adversarios, ni su número de hombres. Además, sin ejércitos en tierra la victoria frente al enemigo y la sociedad civil será etérea, no habrá un rostro en tierra que permita transmitir al vencido la imagen de haber sido derrotado, elemento decisivo la guerra para acabar la guerra o para mantener como lo planteó Gaston Bouthoul en su libro De la Guerra.
La tercera dificultad es la limitación ciudadana al interior de los Estados Unidos. Cuando Barack Obama afirma que sólo utilizará drones y limitará el uso de ejércitos de tierra, no parece estar hablándoles a los yihadistas para disuadirlos de sus actividades terroristas, sino a los ciudadanos estadounidenses para tranquilizarlos. Es sospechoso que se declare la necesidad de mantener un “esfuerzo” político-militar y se renuncie a la utilización de todos los medios militares de los cuales dispone una potencia como Estados Unidos. Esto posiblemente se explique por los pantanos militares que representaron las campañas de Afganistán desde el 2002 e Irak desde 2003, en donde se ganó la guerra pero se ha perdido la posguerra. El número de perdidas humanas es insostenible frente a una opinión pública estadounidense que no desea hacer la guerra. Esta situación ha sido descrita por Niall Ferguson en su libro Coloso: auge y caída del imperio americano, como el síndrome de Ulises, que consiste en la intensión constante del combatiente estadounidense de volver a casa pronto.
En conclusión, las tres dificultades expuestas pueden traer como consecuencia cuatro escenarios para el Medio Oriente. el primer escenario es el inicio de una guerra insostenible e insospechada para el gobierno y los ciudadanos estadounidenses, que va más allá de una intervención rápida y quirúrgica. El segundo es un poco apoyo por parte de los países musulmanes, llegando a minar las buenas relaciones con Turquía (por el asunto Kurdo) y Arabia Saudita (por su apoyo a visiones radicales del islam). El tercer escenario es el de volver a una diplomacia fría y distante con la República Islámica de Irán, retrocediendo en los acuerdos nucleares en los cuales se viene avanzando desde noviembre de 2013. El cuarto escenario, es el de convertir a Siria e Irak en una zona de inestabilidad que puede explotar en la aparición de tres o más estados: uno para los kurdos, otro para shiítas, otro para sunís y otro para las minorías. En todos los casos, la situación no va a ser fácil tanto para los Estados Unidos, como para los gobiernos y los ciudadanos del Medio Oriente en general. Nos espera más incertidumbre.
Por Humberto Alarcón Ortiz
Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y Magister en Seguridad y Defensa Nacionales de la Escuela Superior de Guerra. Profesor universitario e investigador del CESDAI.