Los recientes atentados que tuvieron lugar en París y que costaron la vida a 129 personas, han vuelto a colocar el fenómeno del terrorismo transnacional en el centro de los debates y análisis. Desde el abordaje de cuestiones relativas con las razones de su accionar hasta su impacto en la estabilidad y seguridad internacional, pasando por la definición de estrategias que lo arrinconen y reduzcan sus capacidades para proyectarse, vulnerar controles y causar daño extremo, los múltiples análisis intentan echar luz sobre una cuestión que cuando acabó la Guerra Fría prácticamente era irrelevante en materia de “imágenes” que anticipaban el mundo por venir.
Con el propósito de contribuir a despejar y a la vez ampliar dudas respecto del terrorismo transnacional, es pertinente analizar este fenómeno en relación con la geopolítica, es decir, con ese enlazamiento entre política y espacio geográfico con fines (corrientemente) asociados al incremento de poder e influencia.
En clave tradicional, estos fines corresponderían al Estado, el actor central como “gestor” o hacedor de geopolítica aplicada; a la luz de los hechos, queda claro que si bien los Estados mantienen primacía en materia de intereses políticos y espacio geográfico, también otros actores no estaduales construyen poder desde la geopolítica. En este sentido, bien podríamos decir que la geopolítica se ha “pluralizado”.
Mantener la perspectiva entre política y espacio geográfico es central, pues implica conservar la sustancia de la geopolítica. La aclaración es pertinente puesto que el empleo del vocablo fue casi desnaturalizado durante los años noventa, es decir, se lo empleó para describir situaciones que poca relación guardaban con aquella sustancia; por caso, cuando ocurría un fenómeno climático de escala se lo abordaba desde la disciplina, y así fue que se llegó a hablar de la “geopolítica del Katrina”, como si el fenómeno meteorológico fuera un actor que perseguía afirmar su poder a través de un calculado accionar en el espacio del Golfo de México.
Considerando dicha perspectiva, podemos establecer al menos tres dimensiones o niveles de la actividad del terrorismo: una dimensión global, otra regional y, finalmente, una de carácter local. En las tres, la relación entre el fenómeno y el medio físico es concluyente.
A escala global, es necesario destacar que los atentados en París no sorprenden cuando consideramos la proyección de poder que ha logrado el terrorismo: desde hace más de dos décadas el terrorismo viene perpetrando atentados y operaciones (algunas frustradas) en diferentes lugares del mundo, desde Estados Unidos (en el World Trade Center en 1993) hasta África (sedes diplomáticas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1988), pasando por planes para secuestrar aviones comerciales de Estados Unidos sobre el Pacífico. Los ataques del 11-S implicaron no sólo el momento trascendente de la globalización del terrorismo, sino la “conquista” mayor de éste, es decir, la vulneración del espacio más protegido del planeta y la producción de daños de escala en un territorio que era (y continúa siendo) objetivo primario del terrorismo.
Desde el lugar netamente geopolítico, el dato más relevante lo constituye el sensible cambio que implicó la “salida” del terrorismo desde su espacio tradicional de operaciones, es decir, Nor-África y Oriente Medio, para pasar a perpetrar ataques en el espacio global; cambio que, en gran medida, obedeció a la resolución estadounidense de predominancia militar global tras sus “tres victorias” obtenidas entre los años ochenta y principios de los años noventa: la relativa con el modelo económico (que fue la que presidió la globalización), la de la Guerra Fría y, particularmente, la mal denominada primera guerra del Golfo (pues la primera y verdadera guerra del Golfo fue entre Irak e Irán durante los años ochenta).
Esta última victoria, que implicó nuevos establecimientos extranjeros (occidentales) en los espacios sagrados del islam, precipitó que el terrorismo, o más apropiadamente el “yihadismo”, moderara la actividad en su espacio tradicional o cercano y pasará a una fase de planificación y ejecución en el espacio lejano; es decir, en los términos que lo describe Giles Kepell en su excelente obra “Yihad”, se pasó de un “esfuerzo defensivo”, que implicaba la defensa en el espacio propio de la comunidad del islam de aquellos no creyentes o impíos que supusieran una amenaza, a una “yihad ofensiva”, esto es, el combate contra no musulmanes en cualquier sitio del mundo.
La reorientación geopolítica que significó des-territorializar acciones en espacios sacros amenazados para re-territorializarlas en lejanos “espacios irreverentes”, representó un verdadero seísmo geopolítico por parte de este actor no estatal. Tal fue la magnitud del mismo, que desde el 11-S por primera vez en Estados Unidos, el espacio geopolítico inexpugnable y más amparado del globo, comenzó a predominar una mentalidad de asedio e inseguridad.
La actual actividad del denominado “Estado Islámico” representa un nivel geopolítico regional del terrorismo. Su impacto no reside tanto en el “regreso” del fenómeno terrorista al espacio tradicional puesto que se mantiene la actividad a escala global, sino en lo que desmarca sensiblemente al EI de otros yihadismos: la instauración de un espacio de cuño teocrático que congregue a todos los musulmanes sacros.
Basta considerar que el impacto geopolítico de un eventual Califato en la región implicaría un rediseño de las fronteras de Medio Oriente e incluso más allá. En este sentido, obviamente sin dejar de atender los tremendos métodos utilizados para su consecución y sus violentas externalidades (en Europa, África, etc.) como así la rivalidad interconfesional dentro del islam, podríamos decir que en ello reside la originalidad pero sobre todo la “legitimidad” del EI; es decir, ya sea a través de este movimiento extremo u otro con métodos más “mitigados”, la búsqueda de un espacio político territorial para la comunidad del islam es un hecho que no se puede soslayar.
En cierta medida, la geopolítica del EI implica una aspiración de superación de aquello que el francés Dominique Moisi ha denominado “la geopolítica de las emociones”, esto es, un espacio (el árabe) donde predominan fuertes sentimientos de impotencia como consecuencia de la falta de unidad, la derrota militar frente a Israel, la presencia del “extranjero superior”, etc.
Por último, existe una dimensión geopolítica local que también desmarca al EI de otros yihadismos, particularmente de Al Qaeda.
Dicha dimensión implica una singular apreciación del espacio geográfico con el fin de lograr afirmación territorial en aquellos espacios conquistados, fenómeno que pudo registrarse en las sorprendentes capturas de importantes ciudades de Irak por parte del EI durante 2014.
Como bien destaca el especialista Pierre-Jean Luizard, “Al contrario de lo que hizo Al Qaeda en 2003 y 2004 –en particular en Faluya, Ramadi y otras ciudades de la provincia de Al Anbar-, el EI no se impone a la población local como una fuerza de ocupación extranjera o percibida como tal. Su estrategia es muy diferente, y en cada ciudad conquistada, se apoya en la restitución del poder a actores locales: jefes tribales o clánicos, notables barriales, líderes religiosos sunnitas y antiguos oficiales del ejército de Saddam Hussein, a quienes se confía la responsabilidad de la gestión de la ciudad bajo una serie de condiciones. Entre ellas, la lealtad exclusiva al EI y la prohibición de desplegar otros emblemas oficiales que no sean la bandera de esta organización, así como la obligación de cumplir con las exigencias de un orden moral ultrafundamentalista”.
En base a esta metodología, basada en la reposición de poderes a los valíes o gobernadores en espacios de Irak y Siria, el EI intenta afirmar el autoproclamado Califato.
En breve, una vez más se pone de manifiesto la notable vigencia de la geopolítica en las principales cuestiones del contexto mundial, aunque esta vez desde las actividades, reorientaciones espaciales y accionar de un letal e imprevisible actor no estatal, situación que ha requerido que los actores estatales, principalmente los preeminentes, olviden por ahora sus diferencias y sumen capacidades estratégicas y de coordinación, puesto que no existe otro modo de enfrentarlo, debilitarlo y, aunque será muy difícil, eliminarlo.
Dr. Alberto Hutschenreuter
Analista Internacional – Académico
Director de Equilibrium Global