Luego de la guerra entre Rusia y Georgia en el 2008, la Unión Europea (UE) ha lanzado un programa conocido como “Asociación del Este” (hay link oficial para citar fuente), con el fin de acercar al viejo continente a seis países ex soviéticos, como Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Armenia, Azerbaiyán y Georgia.
En el marco de la Cumbre de Vilnus del pasado 28 de Noviembre, Moldavia y Georgia han ratificado su compromiso de asociación con Europa, pero un “aire de fracaso” generalizado en la cumbre fue justamente porque Ucrania dijo no; tomando un protagónico papel frente a la prensa internacional tras su rechazo materializado ante la no firma del documento que rubricaba el proceso de integración con el bloque comunitario, lo que desembocó en un airado torbellino de declaraciones de los líderes europeos con discursos que se convirtieron en el punto de partida de una nueva situación de inestabilidad interna con eje de protestas en Kiev.
Así, hemos visto como el país de Yanukovich (Partido de las Regiones) ha sido puesta en el eje central de una real disputa y/o fricción geopolítica entre Rusia y la UE, provocando un escenario de tirantez en el que ambos actores han usado “zanahorias y bastones” para atraer a Kiev bajo su propia esfera de influencia.
Tras la no firma de Ucrania, podemos entrever que Moscú, temporalmente, se está llevado una “victoria”, mientras que por su parte la UE ha evidenciado fallas en su gestión al moverse con demasiada confiabilidad pensando en sellar la adhesión de Kiev a la “Asociación del Este”.
Más allá de las diferencias y de la puja geopolítica, las reacciones de uno y otro “competidor” en este juego de alianzas con Ucrania, las disputas expuestas por los líderes políticos han conllevado a potenciar el agite y la inestabilidad, algo que se cuenta como: “consecuencias”. Y estas se cobran en Kiev, no en Bruselas o Moscú.
Desde la perspectiva de análisis como suceso geopolítico, las iniciativas de expansión de la UE se han convertido en un antecedente de intentar la ruptura de lazos históricos entre Rusia y Ucrania, una iniciativa que se vio acelerada frente a la posibilidad de que Kiev sea parte de la Alianza Euroasiática que promueve Moscú.
La voz de los analistas, el curso del tiempo, nos acercarán seguramente elementos de comprensión para ver la forma en la que se han jugado las piezas en esta movida de incidir en el cambio de un proceso político, Ucrania ha sido el experimento de una fórmula ya realizada tantas otras veces en el pasado y en tantos otros puntos del planeta.
La capital ucraniana está teniendo como resultado un “agite” popular donde la dispersa oposición esta llevando a cabo medidas que alteran el orden interno del país produciendo una verdadera convulsión política, donde la falta de tacto del gobierno ha quedado en evidencia con una fuerte represión policial contra los manifestantes; así se generaliza una caótica situación. En este segundo país más grande de extensión territorial del viejo continente es caracterizada la división interna; con un Este pro-ruso que alienta la aproximación con Moscú, y Oeste prooccidental y nacionalista que aspira a un país en perspectiva a Bruselas donde aflora el sentimiento de enterrar todo pasado soviético proveniente de Moscú.
Una Ucrania divida
Un punto que demanda especial atención ha sido la “Cumbre de Vilnus”; escenario que quedará en la memoria como aquel “momento incómodo” donde los líderes europeos se vieron obligados a dar explicaciones de la mala gestión llevada a cabo para efectivizar la alianza con Ucrania. Según ha sido reflejado en forma generalizada en la prensa europea, el Presidente Yanukovich había estado presente en ese encuentro de Ministros de Asuntos Exteriores de los 28 para sellar un formato de adhesión Ucrania-UE, pero horas antes el Parlamento ucraniano dijo no, y ubicó a los funcionarios responsables de llevar adelante política exterior de la Unión Europea en una postura de perdedor.
Pero el eje discursivo que se manejó luego de la cumbre nos sugiere preguntarnos “¿dónde está la diplomacia?”. Los líderes europeos expresaron a la prensa palabras que demonizan la política del Kremlin hacia Ucrania, desatando ese “agite” de sentimiento anti-ruso que causa revuelo en Kiev.
La energía puesta en culpabilizar a Rusia ha puesto este tema en la agenda política, desviando atención de otros problemas cruciales de la agenda europea y que aún se encuentran irresueltos; como ser lo sucedido con la tragedia de Lampedusa, la crisis del espionaje y la situación económica. Hoy la prensa es la encargada de reproducir las convulsiones en las calles ucranianas.
La oposición ucraniana y el apoyo externo
El ex boxeador Vitali Klitschko es quien lidera la movilización y la oposición, se encuentra en el centro de atención de los medios occidentales. Pero se pueden hallar contradicciones de esta personalidad y de la propia realidad ucraniana, puesto que Vitali nació en Kirguistán, se crío en un seno familiar soviético y hoy es quien mejor interpreta la melodía que tocan los intereses prooccidentales (Hoy paga impuestos en Alemania, donde ha residido también).
Las temperaturas bajo cero no enfrían la efervescencia de los manifestantes y por estas horas, ya van varios días los que en miles de cantidades siguen apostados en torno a la “Plaza de la Independencia”.
Para sumar dramatismo histórico los manifestantes han derrumbado la estatua de Vladimir Lenin ubicada en el conocido bulevar Shevshenko, pero es una incógnita mayor leer lo sucedido con mayor profundidad más allá de este contexto. Este simbólico hecho provocó promover más los aires conflictivos, significa mucho más que el derribo de una figura histórica, se trata de una acción que se convierte en un mensaje muy directo: el deseo de una gran parte de los ucranianos de lograr un giro de perspectiva del país, es decir, romper pertenencia con Rusia.
Esto abre los interrogantes sobre quienes se benefician sobre aprovechamiento de esta crisis desatada, siendo que para cómo llevar a cabo tal postura, ¿de qué modo, sin crisis? ¿De manera tan abismal?.
Estas consideraciones y la actual realidad que se hace presente en Ucrania nos hace recordar situaciones anteriores que parecen tener consecuencias similares con lo sucedido en estos tiempos.
El “barómetro político” de la concurrida Plaza Independencia (Maidán) en Kiev registra una temperatura política que pareciera alcanzar los mismos indicadores de aquel año 2004 con la Revolución Naranja, en donde una gran convocatoria ciudadana impuso el principio democrático de la alternancia en el poder para lograr elecciones limpias. Es oportuno saber que durante ese mismo año se desarrollaron elecciones presidenciales en las que salió victorioso Viktor Yushchenko, pero un recuento de voto dio como ganador a Yanukovich, lo que provocó protestas, huelgas y demás medidas políticas para denunciar un fraude electoral y aclamar para que el líder prooccidental Yushchenko sea reconocido como electo.
Tras nueve años después, el país vuelve a revivir tensiones similares y sigue divido acorde a las líneas de fracturas semejantes a la del aquel entonces: la región oeste de Maidán es la Ucrania que mira a Occidente, mientras que el gobierno y sus apoyos sociales del este y del sur del país son una Ucrania que mira a Rusia y a la Unión Aduanera Euroasiática. Así como también ocurría en el 2004, Putin busca que la influencia rusa predomine sobre Ucrania.
Repensando lo sucedido en esos años, parecen ser muy accesibles las razones por lo cual los ucranianos hacen evidentes sus diferencias de forma tan radicalizada.
El papel sin disimulos de Occidente
“A Ucrania están llegando todos los sucios directores de las revoluciones de colores, sucios en varios países, los responsables de las convulsiones que sacude desde hace varios años», declaraba el referente político de la fuerza oficialista “Partido de la Regiones” Mijail Chechetov.[1]
El reciente ex presidente de Georgia Mijail Saakashvili viajó para dar apoyo a la oposición y ratificar la postura de efectivizar la alianza con Europa, porque de lo contario “Ucrania no estaría contribuyendo a su economía.”
La postura occidental y pro-bruselas se preocupa más en resaltar lo negativo de la influencia rusa que en los posibles beneficios de unirse con el viejo continente; por ello ante el la frustración se ha demonizado a Victor Yanukovich.
El viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Alexei Meshkov, resaltó la importancia de no interferir en los asuntos internos del país, siendo un escenario que debe ser resuelto en la mesa de negociación y no en las calles, abogando por la búsqueda de soluciones reales que apacigüen en vez de acrecentar la tensión.[2]
Si bien la UE y los Estados Unidos han enviado sus representantes de política exterior a Ucrania y han realizado los cotidianos pedidos de paz e informes al respecto, poco podrán hacer para resolver un escenario dividido con posiciones rígidas y muy disímiles. Dejando entrever la imposibilidad y la falta de acción de la diplomacia europea por moderar un conflicto muy latente, con consecuencias provocadas por la propia puja de estos dos actores que generan la mencionada tirantez, ubicando a Ucrania en un rol de víctima, puesto que poco interesa lo que sucede con la crisis en su esfera doméstica. El principal foco de atención de los actores que se encuentran involucrados es el resultado o fin último de esta situación, es decir, quién ganará y quién se queda con la firma de adhesión del presidente Yanukovich.
Geopolítica y llamado a la diplomacia.
Los Estados de la Europa Oriental, una región donde los países quedaron permeables tras el fin de la Unión Soviética, ha ido tomando partido entre esta disputa de intereses rusos-europeos. Muchos de ellos ya decidieron su postura, como los países del Báltico, pero otros como Ucrania suelen ser las principales víctimas de esta puja geopolítica por tener mas “diversidad” en su población.
Los líderes europeos no han marcado una postura moderada hacia suavizar el diálogo, sino por el contrario han llevado una rispidez.
La falta de diplomacia se ha convertido en el “agite” para las masas populares opositoras en Ucrania que se han visto alentadas a repetir las circunstancias del XX, cuando el pueblo ucraniano salio a las calles a dividirse.
Presenciamos una situación de inestabilidad que requiere de moderación para evitar “efecto contagio” en una región que cuenta con jóvenes Estados y estructuras políticas en maduración, considerando que también puede generar consecuencias adversas en esos Estados vecinos y/o periféricos.
Vanina Fattori
Universidad del Salvador