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Cuando comenzamos este año el centro de estudio “Instituto de la Investigación para la Paz – SIPRI” pronosticaba un 2017 convulsionado y violento, un rasgo que viene caracterizando a los últimos años.
Actualmente hay más de 60 millones de personas que escapan de diferentes escenarios de conflictos bélicos, un número que supera al que había durante la Segunda Guerra Mundial y que describe la intensidad de los focos violentos en el mundo.
El surgimiento del autodenominado Estado Islámico (ISIS) ha contribuido tristemente a este pronóstico, un fenómeno que generó un cambio en las estructuras de seguridad internacional e incrementó el nivel de inestabilidad en los puntos de conflictos más calientes de Medio Oriente.
Desde el 2014, con la escalada de conflicto en Iraq, el ISIS comenzó a “ganar terreno” implementado el terror en la región. Hemos sido testigos de los horrores que han cometido, muchos de ellos comunicado públicamente, sin embargo, aún siguen avasallando de manera impune todo tipo de normativa internacional. Escudados en la religión, hicieron base en Iraq y Siria, y desde allí se atrevieron a proclamar el Califato en junio de 2014. Miles de personas han sido asesinadas en estos dos países aprovechándose de su condición de Estados fallidos o frágiles.
El desafío de luchar contra el ISIS ha sido bajo una aparente estrategia multinivel, pero no podemos hablar del éxito en la determinación por combatir a estos criminales, porque ha fallado la cooperación y la acción conjunta de la comunidad internacional para acabar con sus fuentes de financiamiento y su poder de comunicación. Este último, es un recurso que han utilizado y utilizan para cooptar y generar impacto y daño. Luchar contra el ISIS también demanda una acción en el frente político, otra esfera donde ha fracasado la respuesta internacional. Los Estados parecieran coincidir en combatir a estos terroristas, pero no en la forma.
Con este escenario y desde el sentido común cabe reflexionar sobre quién debe juzgar a estos bárbaros del ISIS: ¿la Corte Penal Internacional? ¿El Tribunal de la Convención de los Derechos Humanos? ¿Los Tribunales adherentes a los Convenios y Protocolos de Ginebra sobre Derecho Internacional Humanitario? Seguramente sea una pregunta incómoda pero también difícil de encontrar una respuesta posible de aplicar a la realidad. 
Nos enfrentamos a una compleja dinámica de belicosidad, los líderes mundiales han tenido que emprender un combate en donde no saben a quién atacan, pero sí a donde. Por momentos vemos las consecuencias y pareciera que los bombardeos se dirigen más, por ejemplo, a la propia Siria o Iraq que a destruir al ISIS. ¿Acaso conocemos al líder? ¿Conocemos el perfil de la persona que dirige esta semejante organización terrorista? Tal vez sólo sepamos quienes comandan las pequeñas (y no tan pequeñas) operaciones que emprenden.

Estas inexactitudes e incertidumbre parecieran justificar la carente penalidad por la violación a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario, reflejando la impunidad con la que actúa el ISIS. La Corte Penal Internacional, la Corte Internacional de Justica y el resto de los órganos emanados de Naciones Unidas, dejan en evidencia su inefectividad de contener y resolver crisis y conflictos en el actual orden internacional. Evidentemente son instituciones que corren detrás de las circunstancias. Dejando planteando un debate, ¿puede responder la ONU a las demandas de un mundo muy diferentes a la de los tiempos de su creación?
Los Protocolos y Convenios de Ginebra –sobre la defensa al derecho internacional humanitario en tiempos donde la guerra se emprendía entre Estados–  parecieran ser una herramienta importante. Sin embargo, hoy el mundo es otro, hoy los Estados no se enfrentan bélicamente a otro Estado sino con actores no estatales, tal como el terrorismo, lo que hace que se desenvuelvan en el contexto de conflictos y guerras híbridas.
En efecto, hay un profundo vacío en la legislación internacional sobre cómo juzgar las atrocidades que comete el autodenominado Estado Islámico, ISIS.
Este escenario podría servir para repensar la reconfiguración de las organizaciones internacionales encargadas de contener la violencia y los conflictos del mundo, tal vez sea el momento para que se readapten al nuevo mundo.
Esas organizaciones internacionales encargadas de contener la violencia, la conflictividad en el mundo y los mecanismos normativos del derecho internacional humanitario, fueron creadas cuando la configuración de poder era otra, cuando sólo existían las guerras inter-estatales. Pero como ya hicimos mención, hoy la dinámica de los conflictos es otra.
En consecuencia y frente a este panorama, cómo juzgar o qué codificación aplicar a este grupo terrorista. Tal vez, una opción pueda ser la costumbre internacional o los tratados y/o acuerdos firmados entre Estados para establecer la paz. Pero, si hacemos memoria, esos acuerdos han sido poco sostenibles en el tiempo.
Cuando hay intereses en juego, intereses representados en términos geopolíticos de recursos de poder, los civiles quedan relegados a segundo plano, siendo las principales víctimas de los conflictos que surgen de esta puja.
Si somos realistas y nos corremos del “deberían”, podemos decir que difícilmente el ISIS sea condenado, porque nunca un terrorista ha sido castigado bajo el rigor de la ley, de allí la frase a la que recurren muchos políticos y estrategas: “bombardear por la paz”. Ello se debe a que esta guerra tiene más fundamentos en el poder, que en la religión.
Por lo tanto, en esta competencia geopolítica también cabe preguntarnos si en algún momento seremos testigos de una derrota final del ISIS. Tal vez, en algún momento, no sabemos cuándo ni cómo pueda suceder, pero cuando ocurra tendrá un gran impacto mediático y político. A su vez, un escenario de esta índole, puede que genere un problema mayor, dejando un vacío de poder y haciendo que surja un “nuevo ISIS” que ocupe ese rol.
Tras la impunidad de la ley, la ineficiencia de ONU y las leyes internacionales, estos tipos de grupos terroristas han llegado para quedarse, abriendo definitivamente un nuevo capítulo en la historia de la política mundial. Claro está que la práctica terrorista existe desde finales del Siglo XIX, pero sus características y modus operandi han evolucionado con la globalización, expandiendo su accionar más allá de su proximidad geográfica.
Ansiamos poder leer en un futuro inmediato el titular en la prensa internacional que diga “el Estado Islámico ha llegado a su fin”. Pero detrás prevalecen los diferentes intereses geopolíticos, diferentes perspectivas de lo que significa la estabilidad regional sobre quién puede garantizarla y cómo puede lograrse.
Por el momento, la única certeza es la existencia de la competencia geopolítica y que el autodenominado Estado Islámico es otro caso más para evidenciar que, en el sistema internacional el poder prevalece por sobre el deber.

Por Vanina Soledad Fattori
Directora de Equilibrium Global. Lic. Relaciones Internacionales USAL. Diplomatura Seguridad y Defensa Universidad de Belgrano. Posgrado en Periodismo PERFIL-USAL.

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