El reto que implica el ISIS en Siria e Irak y más allá también, como así los atentados en París del 13N, han recreado una situación de concordancia interestatal en materia de lucha contra el terrorismo transnacional, prácticamente el único segmento en que se ha logrado alcanzar cooperación entre los poderes preeminentes, aunque se trata de una cooperación relativa, como lo demuestran los posicionamientos encontrados de dichos poderes sobre el futuro del presidente sirio Bashar al Asad, o la vacilación de Occidente a la hora de compartir con Rusia información táctica sobre el ISIS.
La tendencia hacia la cooperación en materia de lucha contra el terrorismo no es nueva. Hay que recordar que los atentados perpetrados en Estados Unidos en 2001 fungieron como hechos a partir de los cuales Moscú y Pekín afianzaron sus (hasta entonces reprendidas) ofensivas contra los terrorismos locales, en un contexto de imperiosa cooperación internacional contra dicha amenaza.
Pero más allá de esta inestable convergencia, existe una pluralidad de temas de escala estratégica sobre los que, o bien existe un muy precario consenso o directamente no existe convergencia u acuerdos entre Estados; por caso, armas estratégicas, injerencia internacional, ampliación de la OTAN, escudo antimisilístico, etc.
Ello ha llevado a varios analistas a preguntarse si el mundo no se encuentra bajo patrones de una nueva contienda bipolar, lo cual puede ser admisible en segmentos o “clásicos” interestatales como el de la propaganda, aunque la rivalidad actual entre Occidente y Rusia obedece al proceso que siguió al desenlace de la Guerra Fría, durante el cual Occidente buscó maximizar estratégicamente su victoria y estructurar un mundo en base a una “geopolítica de uno” o, para decirlo desde términos de aquel conflicto, en base a una “Yalta sin Rusia (ni otros)”.
La crisis en Ucrania forma parte de ese curso de política de maximización de poder, aunque se trata de la última estación, pues para Rusia Ucrania representa una de las “líneas rojas”, es decir, no está dispuesta a que se consuma dicha política o ganancia de poder, pues ello implicaría el derrumbe de un activo geopolítico mayor: la zona de amortiguación tradicional del país-continente. Para Occidente, una Ucrania fuera del estatus híbrido en el que se encuentra, es decir, incorporada a la cobertura de la OTAN, significaría el amparo final frente a una Rusia geopolíticamente revisionista.
Por ello, a menos que se produzca una “fuga hacia adelante” por parte de la OTAN, hecho que significaría la posible fractura de Ucrania, o una marcha de este país hacia un estatus de casi neutralidad, el estado de punto muerto en que se encuentran los acuerdos de Minsk II podría convertir a Ucrania, es decir, la zona del Donbás, en uno más de los denominados “conflictos congelados”, esto es, conflictos sin solución aunque existan procedimientos o acuerdos para su evolución.
Pero más allá de las diferencias entre Occidente y Rusia, otros poderes preeminentes situados en otras “placas geopolíticas” del globo también se encuentran en estado de tensión, llegando a plantearse situaciones verdaderamente peligrosas como las que (casi en silencio) tienen lugar entre China y Filipinas, para no caer en el sitio habitual que ubica la “falla de placas geopolíticas” en la tirantez entre China y Japón, China y Vietnam, etc.
Salvo en la región en cuestión, desapercibida ha pasado la seria advertencia lanzada por la mandataria de Filipinas a mediados de 2015, cuando comparó las ambiciones territoriales de China en el Mar de China Meridional con las de la Alemania de Hitler en Europa Central antes de la Segunda Guerra Mundial.
Siguiendo con China, desde la perspectiva realista se advierte que todo ascenso de una potencia nunca fue pacífico, por ejemplo, Alemania después del “relevo” de Bismarck; sin embargo, no siempre se completa esa “regularidad” en la política interestatal con otros hechos que explican por qué dichos ascensos pueden llegar a provocar inestabilidad mayor entre Estados. El ascenso de todo poder es indisociable del crecimiento de su segmento estratégico-militar, más aún si en el entorno geopolítico existe presencia de otro u otros poderes o “pacificadores” extra-zonales aliados con actores zonales que confrontan con el actor en ascenso.
Si en la zona de Europa Central Estados Unidos tiende a afirmar su condición de poder terrestre, marítimo y aéreo a través de la OTAN, en el espacio del Asia-Pacífico lo hace en base a su poder marítimo, sensiblemente incrementado para el 2020, cuando el 60 por ciento de su flota naval se encontrará desplegada en ese espacio. En estos términos, no deja de resultar notable la continuidad de la concepción estratégica de Washington, en relación con las zonas o pautas geopolíticas fijadas por Alfred Mahan hace más de un siglo para que Estados Unidos lograra predominancia global en base a la proyección de su poder “blue-water” o transocéanico.
Pero si bien el centro de gravedad de la tensión interestatal entre China y Estados Unidos está ubicado en el Mar de China Meridional, la misma también se extiende al “nuevo espacio geopolítico global” del Océano Índico, donde ambos poderes proyectan poder. China en base a lo que denominan “almacenes militares”, es decir, puestos estratégicos en la costa de África, sur y sudeste de Asia, y Estados Unidos fortaleciendo bases con Australia, Nueva Zelanda, etc., y acordando con India, el otro actor en ascenso, una “Visión Estratégica Conjunta 2015”.
La situación en África, Oriente Medio y zona del Golfo Pérsico se ha agravado durante el año que finaliza; no solo por la decidida acción y proyección de poder y capacidad de desestabilización del ISIS, sino por la tensión entre potencias en ascenso, por caso, Arabia Saudita e Irán, actores que han construido poder y, por tanto, su “nueva” condición geoestratégica los confronta más allá del terreno confesional. Según datos del Índice Global de la Paz 2015, uno de los cambios más sustanciales en sus registros se debió, precisamente, al incremento de la tensión en el norte de África y Oriente Medio, la región que junto con la de Asia-Pacífico mayor gasto militar del mundo concentra (exceptuando Estados Unidos, claro).
Hace menos de una década, los estudios sobre las tendencias en materia de conflictos interestatales se concentraban en aquellos casos en los que ya existía rivalidad o querellas entre Estados, por ejemplo, China-Taiwán, Rusia-Estados Bálticos, Estados Unidos-China, Grecia-Turquía, India-Pakistán, etc.; pero hoy no solo se mantienen aquellas situaciones, agravadas en algunos casos, sino que se han sumado otras, por caso, Rusia-Turquía, Irán-Arabia Saudita, Turquía-Siria, etc.
En este marco de tensión interestatal y desafíos de escala como el que implica el ISIS, un actor no estatal pero con una ambición geopolítica que podría modificar sustancialmente el trazado arbitrario de las fronteras en Medio Oriente, el denominado “modelo institucional”, es decir, el alcance de las instituciones intergubernamentales y de los grandes principios del derecho internacional, pasa por una difícil situación, puesto que la predominancia del “interés nacional primero” lo ha colocado, una vez más, en un estado de devaluación e impotencia.
Dicho estado no solo “rebaja” sensiblemente toda posibilidad de sujetar las relaciones interestatales a cierto patrón de orden internacional, es decir, “ese estado de moderación de los actores, refrenamiento de la violencia y procesos de negociación y equilibrio de fuerzas”, para expresarlo en los términos de Stanley Hoffmann, sino que deja prácticamente sin amparo alguno a los pueblos o comunidades intra-estatales.
Ese fenómeno “defectivo” de las organizaciones intergubernamentales debido a la primacía de intereses de Estados implica, según datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, que en marzo de 2015, cuando se cumplieron cuatro años de guerra en Siria, el total de muertos civiles, militares, milicianos y rebeldes, superaba los 215.000, a los que se agregaban millones de refugiados sirios y el descenso del 60 por ciento de la población al estado de pobreza.
Las guerras y las situaciones de colapso hacia dentro de los Estados han acotado severamente las capacidades de las organizaciones intergubernamentales para proporcionar mínimos de amparo y supervivencia a los pueblos. De acuerdo al Índice Global del Hambre de 2015, casi 800 millones de personas pasan hambre en el mundo y las confrontaciones armadas, particularmente las de Siria, Irak, Sudán del Sur, Somalia, República Centroafricana, Zambia y Chad, guardan directa relación con esa situación.
A esta realidad se suma el drama de los refugiados: según datos de 2015 de la Organización Internacional para las Migraciones, el número de refugiados e inmigrantes que llegaron al sur de Europa (provenientes principalmente de Afganistán, Siria e Irak) superó el récord de un millón, cifra cuyo precedente solo se registró durante la Segunda Guerra Mundial y, en menor medida, durante las guerras en la ex Yugoslavia.
En suma, toda vez que queremos obtener una instantánea sobre el estado del mundo, basta con echar una mirada a dos situaciones centrales: el estado de relacionamiento entre los poderes preeminentes, y el estado en que se halla lo que se denomina el “modelo institucional”, es decir, el alcance real de las organizaciones intergubernamentales, el acatamiento a los grandes principios del derecho internacional y los regímenes internacionales, en relación con la estabilidad y seguridad internacional e intra-estatal.
2015 nos deja insuficiencias e interrogantes en ambos estados.
A nivel interestatal las tensiones aumentan, situación que en un contexto carente de régimen internacional se torna peligroso. La ausencia de pautas internacionales como un estable equilibrio de poderes y valores aceptados y acatados por los actores preeminentes, pautas que tienden a proporcionar previsibilidad y capacidades de gestión ante tensiones en el sistema internacional, es un reclamo que exige una gran convención internacional. Para algunos especialistas, la proximidad del centenario de la Conferencia de Versalles podría representar una oportunidad para ello.
Otros especialistas advierten que el mundo de hoy tiene analogías con 1914, es decir, “ad portas” de la catástrofe (la pregunta entonces ya no era “si sucedería, sino cuándo y cómo sucedería”. Aunque el recurso comparativo en política internacional siempre es tentador, el mundo de hoy se diferencia de aquel tiempo. No obstante, si bien no estamos frente a una situación de alianzas, pugnas inter-imperiales y rapto por la guerra, hay hechos que podrían elevar la tensión y tornarse incontrolables.
Tal vez, 1914 sea pertinente en un punto: no repetir el error que entonces cometió Alemania, que, como bien señala el gran historiador alemán Sebastian Haffner, por sentirse demasiado fuerte consideró que no debía sacrificar ninguna pieza frente a Francia, Rusia e Inglaterra.
Algo de ello ocurre hoy con la OTAN: considera que por su poder y por “derecho” al haber derrotado a la Unión Soviética puede continuar maximizando poder, no “sacrificar” piezas y, finalmente, dejar sin margen estratégico a Rusia.
La práctica basada en la “geopolítica de uno” deja interrogantes en la relación entre Estados Unidos y China: ¿se avendrá Occidente a una geopolítica en base a consultas como reclama Pekín, y permitirá que el país asiático asuma mayores responsabilidades de acuerdo no solamente a su poder estratégico, sino también a su poder financio-económico?
En cuanto al nivel intra-estatal, hay situaciones de catástrofe o desórdenes que pueden generar o incrementar crisis regionales, o bien provocar tensiones entre poderes extra-zonales, por caso, Siria, Libia…
Asimismo, a menos que se incremente la militarización de la cuestión de los inmigrantes casi hasta los extremos, 2015 ha dejado en claro que la relación geopolítica entre “zonas prósperas” y “zonas infortunadas” contiguas requiere de un enfoque mucho más amplio que el ofrecido hasta hoy.
Frente a ambos cuadros (inter-estatal e intra-estatal), las organizaciones intergubernamentales se ven superadas, como lo reconoció el propio Secretario General de la ONU en ocasión del 70° aniversario de su creación; y regímenes internacionales como el Tratado de No Proliferación, que debería garantizar la seguridad internacional en un segmento crítico, se encuentran perforados. Por si faltaba un escenario de perturbación y pesadilla.
Por Dr. Alberto Hutschenreuter
Analista internacional
Autor del libro «La Gran Perturbación» y el libro «Política Exterior de Rusia & Humillación – Reparación».