Con la mirada de Europa posada sobre sus actos, Bielorrusia y su presidente Lukashenko ganan en protagonismo y esbozan una sentencia con visos de amenaza: abrir las puertas de Europa a los inmigrantes. Esta intimidación tiene exactamente nueve años y el mismo origen: las acusaciones de fraude en las elecciones del país eslavo. Las masas migrantes hoy ya son un recurso de poder; una luz roja en las agendas de seguridad de los países de Europa que fehacientemente han demostrado renunciar a percibir a aquellas personas como iguales para entenderlas como una moneda de cambio, la nueva divisa europea.
No, no me refiero a una persona que por condición humana es capaz de dañar a un tercero. No; hablo del Hombre tomando a un grupo social como objeto capaz de infligir un daño. En este caso, un daño económico y por qué no social.
Con el correr de los años, y el fin del euro centrismo, el sistema internacional fue refinando sus peligros y desafíos. Así, nuevos grupos y actores otrora ilegales comenzaron a ganar protagonismo en el debate teórico. Los Estados fueron quedando relegados en manos de organizaciones transnacionales; surgieron enemigos difusos que fueron complejizándose gracias a la globalización como el terrorismo internacional y el crimen organizado. A su vez las nuevas tecnologías ayudaron a los nuevos actores a constituir amenazas sin precedentes con el crecimiento de Internet y la digitalización de las estructuras críticas de los estados.
Este nuevo milenio, y en sintonía con el desarrollo de la institucionalización de los organismos transnacionales, presenta un desafío que se recupera: las masas nómadas. En la antigüedad, lo nómade era una característica constitutiva de un gran número de pueblos que organizaba y estructuraba sus actividades en virtud de los recursos consumidos. Ellos los organizaba según sus capacidades, los cazadores/recolectores, los pastores nómades y los itinerantes, ligados al comercio. Hoy, lejos de constituirse en un rasgo pasado (si bien todavía existente en naciones poco desarrolladas) comienza a recuperar identidad para convertirse en un rasgo atávico. Aquí es cuando Europa vuelve a ponerse en el foco del sistema internacional.
China’s Diplomatic Triumph in Palestinian Reconciliation
China's recent accomplishment in facilitating a reconciliation agreement between Palestinian organizations Hamas and Fatah signifies a remarkable milestone in its expanding position as a global...
Hace no mucho tiempo, la potestad de la amenaza (si es que así podemos denominarlo) estaba en manos de actores africanos cuyos contingentes entraban al viejo continente por España para luego ir afincándose en Francia e Italia. Alguna vez Gaddafi amenazó a Occidente con abrir las puertas a Europa, vía Italia, cuando su régimen estaba ya en peligro de desaparecer.
En la actualidad la crisis económica ha tocado otras puertas y los movimientos migratorios no son exclusivos del “continente olvidado”, sino que le son propios a la Unión Europea. Tal es así, que el frente occidental europeo se ve provocado por aquellos nuevos agentes de la institución que le son esquivos a sus principios constituyentes. El caso específico es Bielorrusia, país cuyo gobierno se ha visto envuelto en elecciones por demás sospechadas de fraude y acompañadas de represión y hostigamiento a las figuras opositoras. Su presidente, Alexandr Lukashenko, amenazó a la Unión Europea con permitir el paso de aquellos migrantes con sus “no tan seguros equipajes” (1). Ello alude tanto a su condición de ilegales como a su potencialidad de terroristas.
Es decir, los hombres de estado han tomado, nuevamente, conciencia del uso político de grandes masas en detrimento de otros estados. Hombres resignificados en lastre, en un costo y perjuicio a la estructura económica de un país (u organización en este caso) y por qué no a mellar una identidad colectiva ya asumida, pensemos en el caso de la penetración islámica en Francia por ejemplo.
Estos grandes colectivos de personas en los últimos años se han ido desarrollando en capas que se fueron solapando. Primero fueron los migrantes africanos, luego los gitanos y por último los desahuciados del Este. El hombre ya había objetivado a estos colectivos como fuerza laboral, pero como lastre a un tercero es una novedad sistémica ¿Terminaremos pensando en las masas como moneda de cambio, como lo son las emanaciones de dióxido de carbono (CO2)? ¿Es tan descabellado pensarlo?
Por Martín Rodríguez Osses
Lic en Relaciones Internacionales. Miembro de la Fundación Globalizar. Columnista en medios locales e internacionales. Analista
http://spanish.ruvr.ru/2012_10_18/Bielorrusia-Europa-inmigrantes-Lukashenko-politica/